jueves, 27 de octubre de 2011

Fuego y Acero VI : Juego

VI - Juego

La neblina se había hecho espesa, engarzándose en las ramas grises de los árboles que circundaban el claro. Junto al río, que discurría con el murmullo cristalino del caudal primaveral, las rocas afiladas se inclinaban hacia las aguas en una abrupta geografía, y algunas aves lejanas trinaban en la espesura. Un grajo chilló.

Driadan se retorcía contra el tronco nudoso. Tenía la mejilla amoratada, el pelo mojado se le pegaba al rostro y la angustia se enredaba en su garganta. Resollaba a duras penas, atrapado por el cuerpo duro y fibroso, enorme, que se cernía sobre él. La boca salada cubría la suya, mordiéndole hasta hacerle sangrar. Los labios de Ioren eran como dos planchas de metal caliente, duros y despiadados, apretándose contra los suyos mientras le castigaba a dentelladas. La mano crispada que sostenía sus muñecas por encima de los cabellos revueltos, oprimiéndolas en la corteza del espino, también parecía hecha de metal. Los mechones de cabello rojizo, apelmazados, desprendían el aroma ácido y salado característico del hombre del mar, potente e intenso. Parecía envolverlo todo y anegar su olfato.

- ¿Esto es... lo que hacéis a las... hijas de los campesinos? - balbuceó, intentando sonar desdeñoso, cuando la boca incendiada se arrastró hacia su mandíbula.

Él mismo había abierto las piernas. Las enredó en la cintura del esclavo sin permiso ni preámbulo, hundiéndole los talones en los riñones de manera desafiante. El camisón empapado se le pegaba al cuerpo, y el calor picante de su propia piel se convertía en comezón al contacto con la tela húmeda. El contacto físico, fuera o no hostil, le hacía despertar la absurda reacción que ya había vivido unas noches atrás: ese calor cosquilleante en el vientre y el leve mareo al ser arrollado por la presencia de Ioren, por la firme anatomía que presionaba sobre la suya, aplastándole.

- Esto lo hacemos a príncipes necios - murmuró el esclavo, en tono cortante.

El susurro de su voz le produjo un escalofrío. Sentía su aliento cerca del oído y las mandíbulas cerrarse en su hombro. Gritó y se golpeó la cabeza con el árbol al sacudirse con un espasmo de dolor. La sangre le manchó la camisa, y apretó los dientes para no sollozar, gruñendo de rabia. No podía besarle ahora. Recordaba cuánto le había molestado entonces, aquella noche en sus aposentos. A pesar del daño que se estaba haciendo, que le estaba haciendo, abriéndole la carne a mordiscos y arañándole al aplastarle contra el árbol, se obligó a mantener oculta toda muestra de ello. Por el contrario, se apretó más hacia el cuerpo de Ioren, retándole.

- No me... parece demasiado... ah... - susurró. Y gimió. Como si él le estuviera complaciendo en lugar de herirle.

Tuvo que reprimir una sonrisa triunfante al escucharle gruñir y ver cómo alzaba el rostro, respirando entre los dientes apretados y con los ojos refulgiendo de exasperación. "No puedes con esto", pensó, tratando de alejar sus sensaciones del dolor intenso en la boca, el hombro y la espalda. Se frotó contra su cuerpo, cimbreando las caderas, como había visto hacer a las sirvientas que se ocultaban en los rincones junto a los mozos de cuadras. El semblante de Ioren seguía inmutable, pero podía notar su tensión en las venas del cuello y el rictus de la mandíbula apretada. El el fuego de sus ojos. Y también en sus cuerpos unidos por las caderas, donde a través del cuero de las prendas de Ioren y la tela de su camisa, algo duro y caliente le presionaba sobre su propia virilidad. Habría disfrutado de aquel éxito si no le mordiera la inquietud por dentro, si no se le atropellara el aliento en la garganta y no estuvieran zumbándole los oídos a causa del peligro que su instinto detectaba. Estaba llevando a aquel hombre al límite, provocándole y tratando de humillarle. No le cabía duda de que respondería. Era un juego de poder, y al igual que el lema de su familia no admitía la derrota, sospechaba que Ioren el Rojo no se dejaría derribar sin presentar batalla.

- Tu cara no dice eso - escupió el hombre del mar, atravesándole con una mirada gélida y cruel - estás aterrado. Desesperado por una victoria que no lo será.

- Hagas lo que hagas... si sigues o si... te detienes... habré ganado - replicó Driadan, manteniéndole la mirada. - ¿No puedes con esto, eh?

Volvió a contonear las caderas, rozándole con descaro, pretendiendo parecer provocador y lujurioso, pese al veneno que destilaba su voz. Ioren apretó los dientes y le abofeteó con la mano libre. Driadan gimió, volvió a mirarle con la mejilla ardiendo y las lágrimas corriéndole por el rostro y luego se rió entre las lágrimas.

¿Era el orgullo? Debía serlo.

No iba a soltar la cadena.

- Eres una zorra - espetó el hombre del mar, con el gesto turbio y sombrío tras los cabellos revueltos, mirándole con desprecio infinito.

- Sí. Y tu destino es morir a manos de esta zorra despreciable. ¿Qué te parece eso? ¿Te gusta?

Driadan levantó la barbilla, altivo. No iba a soltar la cadena. Ioren se había quedado muy quieto, como si mantuviera una tensión controlada, atándose a sí mismo o conteniendo algo. Sólo su mirada refulgía. El muchacho no dejaba de oscilar, estrechando las piernas en torno a su cintura y arqueando el vientre, emulando movimientos que nunca había ejecutado antes.

- Me asqueas. Me...

- No es lo que dice tu cuerpo - le contradijo, arrogante. -  Estás deseando, ¿no es verdad? Te mueres por...

No pudo completar la frase. La boca ardiente cubrió la suya y la lengua salada y ávida del esclavo se deslizó casi hasta su garganta. ¿Era eso un beso? No estaba seguro. Sólo sabía que quemaba y producía escalofríos, que le invadía con violencia y le inundaba con su saliva, que le arrastraba a una profundidad que casi le aturdía. Le había soltado las manos, sujetándole de la cintura, manteniéndole pegado a sí. Ahora podría golpearle. Desenvainar ese arma que él llevaba al cinto y atravesarle con la hoja.

Podría hacerlo, pensó, mientras se aferraba con los brazos a su cuello, tirándole de los cabellos con los dedos y enredando la lengua en la suya, sintiéndose a la deriva, zozobrando.  Y al mismo tiempo devorado por la congoja y la incertidumbre al verse envuelto en su abrazo. No importaba que Ioren le hiciera daño al estrujarle así, con tanta ansia o rabia. No importaba que fuera algo patético. Le estaba abrazando, y lo que despertó en él ese gesto, más allá de las intenciones de quien lo ejecutaba, le vino por sorpresa. Como si, al colarse el agua en el casco de un barco, ésta revelara los agujeros en la cubierta. A pesar de que al llenarlos, el mar acabara hundiendo el navío.

Y entonces, él le arrojó al suelo. Había aflojado las piernas cuando el esclavo le apartó del árbol, besándole y estrechándole entre sus manos. Había flaqueado en aquel instante extraño en el que se le anudó el corazón y se vio abrumado por sensaciones imprevistas, y al relajar la presa en su cintura, Ioren había tenido oportunidad de desembarazarse de él. Cayó de bruces. Los músculos de sus extremidades no respondían bien. Sentía los tendones como si fueran de harina, y exhaló un quejido al intentar levantarse.

- No...

El aliento en su cuello, el peso en su espalda y una mano cerrándose en sus cabellos.

- Fin del juego - dijo la voz, tajante y firme, en un susurro entrecortado.

- ¡Esper... ! Hmpf.

Ioren le estrelló de boca contra la hierba. El puño cerrado le presionaba en la sien, manteniéndole aplastado contra el suelo, y consiguió ladear la cabeza a duras penas, aferrándose a las briznas y temblando. Él estaba detrás suya, le tiraba de la camisa hacia arriba y la prenda mojada se le enredó en la cintura cuando le descubrió. Sintió el frío en la piel con más intensidad, en la parte de atrás de los muslos. Intentó alzar la cabeza sin éxito, respirando apresuradamente y con el corazón en la garganta, los ojos desorbitados. "No, no, así no", pensó, desesperado. Con las rodillas flexionadas sobre la tierra y el rostro aprisionado contra ella, así no. No de esa manera indigna y propia de animales. ¿Cómo iba a salirse con la suya así? Podría fingir que esto era lo que quería, ah, que era perfecto, sí, que le encantaba. Eso le pondría furioso. Pero no estaba seguro de poder actuar tan bien, y menos aún cuando escuchó el resuello por encima suyo. Vio caer la guerrera de cuero con la que Ioren se cubría el torso a pocos pasos de su rostro. Y lo notó.

Algo incandescente, duro y tenso, que le empujaba en ese lugar.

El pulso cabalgó con violencia. Sintió una náusea y luego empezó a temblar. Se mordió los labios y cerró los ojos, intentando relajarse. No iba a soltar la cadena. Escuchó el trino de un pájaro, entreabrió los ojos para contemplar el bosquecillo entre la niebla. Era imposible, no iba a poder hacerlo. Repentinamente, Ioren impulsó las caderas, embistió con violencia, y ni siquiera pudo gritar. Se le cortó el aire en los pulmones, perdió el aliento y un sonido indefinido se ahogó en su garganta. El estertor de un moribundo, el silbido de la respiración de un ahogado. Se mareó y perdió la visión, entre la bruma caliente y húmeda de las lágrimas. El dolor era el más intenso que nunca había sentido, como si le partieran por la mitad, rasgando huesos y tendones, y la muerte no llegase. Trató de no desmayarse, con los dedos crispados en la tierra y la espalda tensa. Y la mano del hombre del mar le tiró de los cabellos hacia arriba, al tiempo que volvía a impulsarse para entrar más adentro.

- ¡Perro! - gritó, rompiéndose la voz en un sollozo.

- No grites... no debería... parecerte... demasiado.

La voz de Ioren sonaba extraña, entrecortada y con el tono del gruñido perezoso de un león al sol. Se había detenido, y ya no se movía. Los cabellos mojados del hombre se derramaban sobre su nuca y le escuchaba tomar aire con resuellos apagados. Driadan luchaba por su aliento, mientras el dolor palpitaba y mordía y su anatomía parecía a punto de descoserse, saltar por los aires y explotar. Sin embargo, no sucedió nada de eso.

El dolor persistió unos instantes que le parecieron eternos, y después se apaciguó un tanto, como si su fisonomía pudiera adaptarse a lo que estaba pasando de alguna misteriosa manera. Un líquido caliente, que quemaba, se escurría por sus muslos. Supo que era sangre. "¿Por qué ha parado?", acertó a preguntarse, cuando Ioren le soltó el pelo. Dejó caer la cabeza, reposando la mejilla amoratada en el prado. Todo daba vueltas. Tenía aquello enterrado en su cuerpo, y le parecía del todo imposible que pudiera ser así. Sentía ganas de vomitar y sus nervios le transmitían tantas sensaciones contradictorias y extrañas que le costaba mantener la consciencia. Finalmente, consiguió equilibrar el ritmo de su respiración. Y entonces él volvió a moverse dentro de sí, muy despacio, deslizándose hacia afuera apenas unas pulgadas.

- No... - apenas lo susurró. Apretó los párpados, tragando saliva - Sí...

- ¿Indeciso, príncipe?

Lo había murmurado en su oído, con ese tono indefinible. Se estremeció, sin saber por qué. Un brazo vigoroso se deslizó bajo su vientre, rodeándolo, y la otra mano, enorme y ancha, se apoyó junto a su rostro, entre la hierba, con un golpe que le hizo dar un respingo. Todo giraba, la neblina se comía al mundo en una danza al borde del desfallecimiento en la que Driadan no hallaba dónde asirse. Ioren volvió a empujar, y le arrancó un jadeo ahogado. Dolía, sí. Pero era también una caricia misteriosa y sorprendente, que removía el calor en su vientre y tiraba de alguna parte de su cuerpo. Entrecerró los ojos y se concentró en aquello, en la manera en la que se retiraba lentamente, tocándole por dentro en cada milímetro, en la que luego embestía de nuevo, adentrándose más en cada impulso, de manera súbita. En los suaves jadeos contenidos que le llegaban desde arriba, desde sus labios, acompasándose a los suyos. En el olor del mar. En el brazo que le rodeaba la cintura y le estrechaba.

- Indeci... ¡Ah! - tragó saliva, frunciendo el ceño. No quería gemir así. "Maldición". - Inde... ciso tú... dijiste que te doy asco.

Ioren empujó con más fuerza, y no pudo contener un gemido más fuerte. Cerró los dedos sobre la tierra húmeda, envuelto por el calor desconocido y parpadeando, asombrado, por su propia e inesperada excitación y las oleadas de placer que comenzaban a lamerle suavemente cada nervio.

- Deja de estropear las cosas con tu palabrería - zanjó Ioren, estrechándole más.

Por esta vez, le dio la razón. Cerró la boca y trató de incorporarse sobre los codos, pero estaba demasiado mareado. Aún sangraba, y todavía le hacía daño, pero los dulces estremecimientos y el cosquilleo ardiente que empezaba a sentir estaban cubriendo poco a poco todos los demás estímulos. Arqueó la espalda y se mordió los labios, tragándose algunas lágrimas. El cuerpo poderoso del hombre del mar desprendía un calor volcánico. Su cabello le hacía cosquillas en los hombros, y respiraba con fuerza a medida que se movía con un ritmo más intenso, progresivo, encontrando su paso en una danza primitiva. El olor a salitre se había hecho dueño de todo cuanto les rodeaba, y Driadan se sentía envuelto por él, por la quemazón de su piel y el aroma que le acompañaba, por los sonidos ahogados en la garganta. Tenía una sed nueva, y su estúpida fanfarronería de minutos antes, ahora estaba haciéndose realidad. No le parecía demasiado. Fue en su busca y se pegó a él, apretando los dientes y jadeando sin poder evitarlo. Le escuchó contener un gemido. Él mismo se lo aguantó, al notar que la virilidad pulsante enterrada en sus entrañas parecía distenderse más aún, presionándole desde dentro.

"Esto no es como debería ser", pensó torpemente, entrecerrando los ojos llorosos y consiguiendo enderezarse lo suficiente para alzar una mano y rodearle el cuello con el brazo, atrayéndole más. Se estaba volviendo loco. Se moría de anhelo y de inanición, y no entendía qué diablos estaba sucediendo, ni por qué cada vez que él se movía parecía tirar de todo su cuerpo, pulsar todos sus nervios y arrastrarle hacia el centro de un torbellino que ya adivinaba. Ioren le apartó el brazo y volvió a sujetarle del pelo, hundiéndole el rostro en la hierba. Driadan gruñó, descontento, pero se calmó cuando los dedos callosos y ásperos se deslizaron por su cabello. Le rozaron la nuca, recorrieron su cuello y ascendieron por su espalda, trepando por la columna hasta llegar a las caderas alzadas del joven príncipe. Las sujetó y arremetió en envites largos e intensos, movimientos plenos y amplios que casi le llevaban a salir de él y después le enterraban en toda su profundidad.

Driadan emitió un nuevo quejido, confuso, ambiguo. Perdió la visión casi absolutamente cuando el goce se intensificó y pareció embalsamarle, haciéndole tensarse y temblar. Esta vez, Ioren no se opuso cuando se alzó sobre las manos y unió su espalda al pecho sudoroso de él. No se quejó cuando elevó el rostro, gimiendo con abandono, sintiéndose al borde de un abismo de deleite indescifrable, ni le apartó cuando prendió los dedos de sus cabellos y se estrechó contra su cuerpo, respondiendo a cada movimiento.

- Ioren... - repitió su nombre, entre los resuellos desesperados. - Ioren, mírame. Mírame... no me... por favor... ah...

Si hubiera sido consciente de lo que estaba diciendo, jamás lo habría hecho. Pero no lo era, y no le importaba no serlo, ahora que naufragaba. La barba rasposa le rozó el cuello, el hombro. La mejilla áspera y los cabellos revueltos rozaron su mejilla suave, su pelo empapado. Driadan ladeó el rostro, con los párpados caídos, al borde del desmayo, sin dejar de ir en su busca cada vez que la carne ardiente, dura y latente se adentraba en su interior ya con absoluto desenfreno. Buscó sus ojos, desesperadamente. Sin saber por qué lo hacía, mientras se movían como criaturas sin raciocinio ni control, como si toda humanidad y decoro les hubiera abandonado, buscaba sus ojos. Y los encontró, cuando Ioren se volvió apenas unos centímetros, y le dedicó una mirada de soslayo, que mantuvo sin apartarla. Azul, oscura, profunda y siniestra, preñada de deseo, ardor y pasión desatada, bajo el ceño fruncido y las cejas cobrizas. Una mirada de acero incandescente que le prendió por dentro y le hizo estallar.

Gritó. Gritó, temblando entre sus brazos. Se deshizo en contracciones violentas y convulsas, cuando el clímax le mordió cada nervio y le hizo estrecharse por dentro, tensándose. Todo su cuerpo vibraba por entero, una ola gigantesca le barría, le azotaba, sin darle tregua, le disolvía hasta casi desaparecer. Ioren ahogó un jadeo más profundo, sus músculos se contrajeron y le abrazó con un gesto brusco y salvaje, estrujándole contra él mientras aún le embestía furiosamente. Una de sus manos le soltó la cintura para sostenerle la barbilla y mantener su rostro vuelto hacia sí, mientras le miraba, sin apartar la vista ni un solo instante.

Driadan perdió el control de sí mismo. Se agitó, pugnando por respirar entre las bocanadas que no le llenaban los pulmones, se estremeció, volvió a gritar. La lengua de Ioren le lamió los labios, le mordió, esta vez con suavidad, entre los jadeos atropellados. La semilla se derramó a borbotones y le manchó la camisa de dormir cuando la ola se lo llevó por completo y le anegó, le sumergió en las profundidades. Apenas escuchó el gruñido contenido del hombre del mar cuando éste apretó los dientes y dejó oír breves gemidos guturales mientras le acometía tres, cuatro, cinco veces más, atrapado por el éxtasis de su propio orgasmo. Sintió las palpitaciones de su sexo en las entrañas, el calor líquido que se extendía dentro de sí, llenándole a borbotones. "Me voy a desmayar", pensó. Pero no se desmayó.

Se derrumbaron sobre la hierba, exhaustos. Driadan, boca abajo y con la parte de atrás del camisón hecha una maraña en la cintura, las manos abiertas a ambos lados del rostro y el cabello negro enredado. Ioren, encima suya, sosteniéndose a duras penas sobre un codo que no parecía responder demasiado bien, parpadeando para alejar los últimos latigazos que le estremecían, todo su cuerpo ondulando como el lomo de una bestia cada vez que tomaba aire. La neblina matinal se disipaba despacio.

El tiempo se hizo difuso. El príncipe volvió a la realidad después de una eternidad de mente en blanco y una paz inclasificable y soporífera ciñéndole con su aura protectora. Ioren se retiró de su interior y rodó sobre la hierba, dejándole desamparado sin su contacto cercano. Él se movió con torpeza, tratando de colocarse la tela mojada y cubrirse lo mejor que podía. Cuando los últimos resquicios de lo vivido se disiparon, sólo quedó el dolor en su cuerpo maltrecho y la pregunta sin respuesta en su mente. ¿Quién había ganado?

Una capa de tela negra, empapada y fría, cayó frente a él mientras se incorporaba penosamente.

- Cúbrete.

La voz distante, un susurro irreal. El río que discurría incesante. El hombre del mar estaba de pie, dándole la espalda a medias mientras contemplaba las aguas, sin mirarle. Lejano como una estatua inerte. Driadan apretó los dientes y se puso en pie con todo el coraje que pudo reunir, ignorando las terribles punzadas de sus músculos ateridos, el temblor de las rodillas y el fuego lacerante en sus entrañas. Un hilo de sangre rosada, descolorida, se precipitó entre sus muslos hasta las corvas. Se echó la capa por encima, conteniendo las ganas de vomitar. Tenía hambre y sed, se sentía medio muerto y agotado. Pero nunca lo confesaría.

- ¿Puedes andar? - dijo Ioren, mirando al río.

- Por supuesto - respondió Driadan, altivo, observando el bosque.

- Pues vámonos. Hay que llegar a la playa.

El hombre del mar echó a andar hacia los árboles. Driadan le siguió, tratando de caminar con dignidad y con la barbilla alta, limpiándose alguna lágrima esquiva y fortuita a espaldas de su esclavo. Se internaron en la espesura.


. . .

© Hendelie

10 comentarios:

  1. Muy muy bueno. Me gusta mucho tu forma de describir a los personajes, el entorno, y los sentimientos tan contradictorios y complicados que se mueven a lo largo de la historia.Enhorabuena por el magnifico relato

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  2. genial! me encanta la historia. Espero la continuación pronto,

    saludos!

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  3. ¡Gracias! Me alegro mucho de que os guste. Un abrazo ;D

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  4. Me encanta *-* ¿Cuándo volverás a actualizar? :O

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  5. La semana que viene pondré tres o cuatro capítulos más, Mizuki ^_^

    Hoy se actualiza Flores de Asfalto: El Despertar. ¡Un abrazo!

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  6. muy intenso el capitulo!!!!

    si continua asi el pobre driadan no sobrevive a la historia .

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  7. vale , ya es oficial, no me voy a poder despegar de esta historia hasta que se termine .

    son las 20:40 y la cena por hacer !!!pero no puedo parar

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  8. ME ENCANTO ESTE CAPITULO SIN DUDA ERES GENIEL ESCRIBIENDO GRACIAS POR TUS APORTES CON RELATOS TAN INTENSOS

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  9. ¡Gracias por comentar, Daya! Bienvenida ^__^ espero que disfrutes con las historias y los dibus.

    <3

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  10. Tienes una manera de escribir increíble, apenas termino de leer el sexto capítulo y ya No me quiero despegar de aquí. ¡Qué buen relato! Y tan profundo. Gracias, en verdad, por brindárnolos, y también por los dibujos que lo complementan tan bien (:
    Saludos (:

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