martes, 22 de noviembre de 2011

Flores de Asfalto: El Despertar - V

Conocerse


16 de Enero - Gabriel

Había vivido solo durante toda su vida. Debería resultarle extraña aquella repentina cotidianeidad; que otra persona metiera la llave en la puerta de su casa, que le preguntara dónde poner esto o aquello cuando soltaron las bolsas y comenzaron a colocar la compra. Sin embargo, no se lo parecía. Al contrario, tenía la impresión de que ahora sí estaba todo bien. Cain estaba sentado en un taburete, sorbiendo una cocacola de la lata mientras él ponía el agua a hervir.

- No esperaba que supieras cocinar. – Dijo el chico - Bueno, espera… ¿sabes cocinar?

- Claro que sé cocinar – replicó Gabriel, lanzándole una cebolla por los aires. Cayó al suelo y Cain la dejó ahí, mirándola con languidez – Venga, colabora. Tú también te lo vas a comer, ¿no?

- Eso depende de lo que sea.

- Voy a hacer stovies.

- Ah, muy bien. ¿Y eso qué es?.

Cain se acercó a la encimera, cogió un cuchillo y empezó a pelar la cebolla con la lentitud desmañada de quien lo ha hecho pocas veces y desearía que siguiera siendo así. Gabriel arrojó un puñado de zanahorias sobre un escurridor y las metió debajo del grifo, junto con cuatro patatas grandes, arremangado hasta los codos.

- Es un plato escocés.

- ¿Tu familia proviene de allí?

- No, en realidad no – respondió, frunciendo un poco el ceño – No conocí a mis padres, ni siquiera sé cómo se llamaban. Me crié en una institución hasta que cumplí la mayoría de edad.

- Entonces podrían haber sido de allí – dijo Cain, mirándole de reojo – Quiero decir que puedes inventarte lo que desees para tu pasado. ¿No?

Gabriel le devolvió la mirada, disimulando su sorpresa.

- Si. Es precisamente lo que he hecho.

Cain sonrió a medias y apartó la vista, arrancando casi media cebolla al intentar apartar un trozo renegrecido. Ahora que al fin podían hablarse relajadamente y como personas civilizadas, Gabriel tenía la impresión de conocerle desde siempre. No le costaba hablar con él, a pesar de que sus amigos no le tenían precisamente por un gran conversador. Y el chico también había abandonado su actitud defensiva y parecía mucho más inclinado a la comunicación. Ambos habían bajado las defensas.

- Yo debería hacer lo mismo, pero no me he parado a pensarlo – comentó el joven. Se estaba soplando el flequillo. Aún tenía los ojos llenos de maquillaje negro y había bajado al supermercado con la camiseta agujereada – Tampoco tengo familia. He estado en casas de acogida y esas cosas. Al menos lo estuve, un tiempo.

- No fue una experiencia agradable – afirmó Gabriel. No necesitaba que el chico se lo confirmara, pero aun así, lo hizo.

- La verdad es que no –. dijo, intentando raspar algo de la hortaliza con el filo del cuchillo - Con el tiempo aprendes a darte cuenta de lo que eres para los demás. De que no les importas verdaderamente. Sólo quieren mirarse al espejo por las mañanas y sentirse unas maravillosas personas por lo que están haciendo por ti. Y eso los que no son maltratadores y violadores.

Gabriel había terminado de pelar las patatas y las zanahorias. Le quitó la cebolla de las manos a Cain antes de que terminara de destrozarla. El chico se limpió las manos en un trapo y volvió con su cocacola, mientras él empezaba a trocearlo todo sobre una tabla.

- Un chico con suerte, ¿no?

- La mía no ha sido peor que la de otros – replicó Cain. El profesor detectó un tono de orgullo en su voz – Yo no soy de los que van lloriqueando, ni tampoco lamentándose de que la sociedad les haya dado de lado. No, yo al menos me abro camino a mi manera. Sé cómo es esta ciudad, cómo es de verdad.

Gabriel terminó de aniquilar las verduras en un torbellino de cortes y las echó al agua hirviendo.

- Un lugar hostil poblado de monstruos.

Fue el turno de Cain para sorprenderse.

- Pues… si. Exactamente eso. Tu también lo sabes.

El profesor se dio la vuelta para abrir la nevera. Sacó la carne picada, le quitó el envoltorio y la arrojó de cualquier manera en una sartén que había preparado a fuego bajo. Cain le seguía con la mirada, los ojos verdes brillaban detrás del flequillo largo y negro. Cuando no tenía pintada en la cara esa expresión de gilipollas engreído, el chico parecía todo lo joven que era. O que debía ser.

- Yo ya he cruzado la franja de edad a partir de la cual no me queda más remedio que saberlo. Pero tú ... ¿Cuántos años tienes?

- Veinticinco – respondió Cain sin dudar.

- Vale, ¿y de verdad?

- ¿Eh? ¿Por qué no te crees las cosas que te digo? – protestó – No hay derecho.

Gabriel volvió a reírse entre dientes, removiendo la carne con una pala de madera. El olor de las especias y el jugo de la ternera con mantequilla empezó a inundar la cocina y le azuzó el hambre. Hacía mucho que no cocinaba stovies. Hacía mucho que no cocinaba nada. Pero cocinar para uno solo había terminado por resultarle tedioso y patético.

- No me creo esta porque es mentira.

- ¿Y como lo sabes?

- Tengo una intuición para eso. ¿Veinte?

Cain se quedó callado un momento. Cuando le miró, resopló y volvió los ojos al cielo con un gesto desdeñoso.

- Veintiuno – dejó la cocacola en la mesa y se acercó a la sartén – Huele bien.

- Pues ya verás cuando esté terminado.

. . .

16 de Enero – Cain

Cuando finalmente el profe sirvió los dos platos y los dejó sobre la mesa de la cocina, Cain miró el suyo con cierta suspicacia. Tenía un aspecto raro: una especie de engrudo de color pardo con trozos amarillos y naranjas asomando aquí y allá. Sin embargo, cuando tomó el primer bocado, se dio cuenta del hambre atroz que tenía, y también de que estaba buenísimo.

- ¿Quién te ha enseñado a hacer esto? 

Gabriel se había sentado en el otro extremo de la mesa y había abierto una cerveza. Dio un trago directamente de la lata y alzó la barbilla con orgullo.

- Internet.

- Oh, claro. Un maestro cocinero sin igual.

El profe probó su comida y asintió a medias. Al parecer no estaba del todo satisfecho con el resultado, pero en lo poco que había observado de él, Cain ya había detectado los rasgos de un carácter muy autocrítico.

- ¿Por qué has alquilado la habitación?

Por un momento, creyó que Gabriel no le había escuchado. Solo masticaba, los ojos azules fijos en el plato. Cuando levantó la mirada, un mechón de cabello ondulado le cayó sobre la frente y lo apartó con un movimiento airoso de la cabeza.

- Hace dos años que salgo con una chica. No es que esté enamorado de ella, pero no puedo dejarla por ahora. – Hizo una pausa y Cain entrecerró los ojos, intentando seguir el hilo de ese razonamiento – Es complicado de explicar. Está pasando una situación difícil. Y lo cierto es que no quiero tener que decirle que no cuando me proponga venir a vivir aquí, conmigo. Si tengo un inquilino, será mucho más fácil.

- ¿Soy tu excusa?

Gabriel asintió con naturalidad. Cain se aguantó la risa y se llenó la boca de nuevo. Masticó y tragó, mientras el profe se defendía débilmente.

- Está pasando por un mal momento, no puedo dejarla ahora. Pero tampoco voy a ahorcarme más.

- Ya, ya. Si yo no digo nada. Aunque viendo el favor que te hago, deberías permitir que me quedara sin pagarte ni un céntimo.

- Hecho.

Cain se rió en alto esta vez, comiendo con buen ánimo. El stovies o como quiera que se llamara aquello estaba realmente delicioso, y además era contundente. Cada bocado le producía un calor agradable en el estómago. "Tengo que intentar comer mejor y beber un poco menos", se dijo, llevado por un optimismo repentino.

Luego dejó de masticar, frunciendo el ceño. El profe estaba de guasa, ¿no?. Le miró a la cara.

- ¿Lo dices en serio?

No parecía que el profe bromease. Ahí estaba, tan tranquilo, con su melena dorada y su semblante apacible, asintiendo con la cabeza.

- Pues yo estaba de broma – admitió Cain.

- Bueno, yo no.

- No puedo aceptar eso – repuso, alzando un poco la voz y apoyando las dos manos en la mesa - De ningún modo, te pagaré lo acordado, tal y como quedamos. No quiero deberte nada.

- Vale, tranquilo. Como quieras.

Cain se dio cuenta de que se había puesto de pie. Volvió a sentarse, repentinamente tenso otra vez. Durante un rato, se dedicó a su plato en silencio. A Gabriel también parecían habérsele terminado los temas de conversación. Finalmente, Cain dejó de hacerse preguntas que no podía contestarse él solo y alzó la mirada hacia el profe, calculando bien las palabras para no sonar hostil.

- ¿Por qué me recogiste aquella noche?

Gabriel dejó el tenedor y sus ojos azules se encontraron con los del chico, serenos y graves. Cain se pellizcó el pantalón, algo nervioso.

- No me das lástima – respondió al final –. No te subí a mi casa por eso, y no te he ofrecido vivir aquí gratis por pena. Antes has dicho que eres capaz de darte cuenta de lo que eres para los demás. Si eso es verdad, habrás visto que conmigo no va de eso.

El chico asintió, soltando la tela de los vaqueros. Se había quedado mirándole fijamente, como si no pudiera apartar los ojos de él, y se había bebido todas las palabras de su respuesta. "Ha contestado a la pregunta que no le he hecho", comprendió, "se ha dado cuenta de qué era lo que yo quería saber en realidad, y a eso es a lo que ha respondido".

- ¿Y de qué va entonces?

Gabriel negó con la cabeza. Le estaba observando con curiosidad.

- Aún no lo sé – admitió - Cuando te encontré tirado en la calle, simplemente no podía dejarte ahí. Y lo de ahora… supongo que creo que todo el mundo debería tener un lugar al que volver. Este puede ser el tuyo, si quieres.

- No lo entiendo – replicó Cain. Las palabras del profesor estaban empezando a removerle algo por dentro. Se le había hecho un nudo en la garganta y meneaba la cabeza, testarudo. – Si de verdad piensas eso, ¿por qué no has subido aquí arriba a todos los mendigos y los sin techo que hay en esta ciudad de mierda?

- Ya te lo he dicho. A ti no pude dejarte ahí. No sé por qué. No todo tiene una explicación en esta vida.

Cain dejó los cubiertos. Sería muy dramático decir que no tocó más su comida, pero no hubiera podido hacerlo aunque quisiera. Se había terminado el plato.

- Ni siquiera me conoces.

- Deja de darle vueltas. – insistió Gabriel con voz tranquila -Ya te he dicho que está bien. Olvídalo, págame el alquiler y punto. Podemos achacar mi descabellada propuesta a un exceso de emoción provocado por mi bajo consumo de azúcar.

Caín no pudo evitar que una sonrisa torcida le cruzara el rostro. Dio otro trago de cocacola y le cambió la lata de cerveza por la suya, casi vacía ya.

- Pues toma. Bebe eso para que te suba un poco y así no vuelvas a decir tonterías.

- No te pases de listo. ¿Eres católico?

Cain frunció el ceño y no protestó cuando Gabriel volvió a cambiar las latas de posición. Intentó dar una respuesta veraz.

- Creo que no, aunque creo en algunas cosas así como religiosas. ¿Por qué lo preguntas?

- Por el nombre que te has puesto. Y por el que me pusiste a mí.

"Agh. San Miguel". El chico se sonrojó violentamente antes de poder evitarlo, así que bajó la cabeza y fingió apartarse unas migas de la camiseta para que el largo flequillo le tapara todo el rostro.

- Ah, eso… ya, bueno. Un poco católico sí soy. Y una de las casas en las que viví… en fin, era una familia acomodada. Tenían una pintura de San Miguel Arcángel, con su espada de fuego, las alas abiertas y el pelo largo.

- Entiendo.

- Las drogas hicieron el resto.

Cain recuperó la compostura. Qué demonios, ¿de qué se avergonzaba? Era ridículo sentirse azorado por algo así, sentirse azorado por nada, alguien como él, que llevaba la peor vida posible y no tenía decencia, vergüenza ni ganas de conocerlas. Al alzar el rostro, se encontró con la mirada penetrante del profe, que la apartó al poco, perdiéndola en las cortinas.

- ¿Qué pintura era?

- ¿Eh? – Caín parpadeó, la pregunta le había sacado de sus pensamientos – Ah… pues no sé como se llamaba. ¿Por qué?

- Por nada. Curiosidad.

Cain asintió y se puso de pie, llevando los platos al fregadero.

- Tú has cocinado, ya recojo yo. Es lo justo.

- Vale.

Gabriel se levantó y salió de la cocina. Cain abrió el grifo. Hacía años que no fregaba un plato, pero recordaba a la perfección cómo se hacía. Mientras el agua corría y la espuma y el estropajo eliminaban los restos de suciedad de la vajilla, el piano empezó a sonar en el salón. El chico se sintió reconfortado por la música, como le sucedía siempre. Se preguntó si, antes, hace años, en algún momento de su vida que no podía recordar, había tenido una familia que le amara, un hogar en el que sonaba un piano como aquel. Se preguntó si podría él también limpiarse de todo lo que le manchaba con un estropajo y jabón, como los platos. "Pero no tengo nada de lo que limpiarme", se recordó. "Esto es lo que quiero, yo lo he elegido, nadie me ha obligado. Es mi vida, y me gusta. Me gusta. Es mucho mejor que lo que tenía antes. Me gusta."

En la casa de la familia acomodada, le había pedido al arcángel del cuadro que le protegiera. Se lo había pedido muchas veces, y nunca lo había hecho. No, Cain sabía que la ciudad era un lugar hostil lleno de monstruos, que los ángeles no existían y que la única manera de sobrevivir entre la suciedad cuando no puedes limpiarla es aliándote con ella.

. . .

© Hendelie


1 comentario:

  1. Cada vez me gusta más Caín . Al principio no le entendia mucho , tanta autodestruccion , tanta angustia , tanta ira contenida ... pero este capitulo me ha reconciliado un poco con el personaje .

    No es más que un niño perdido , que no sabe como canalizar todo eso y de ahi la destruccion .

    El profe que tierno cuando le dice que todos tendriamos que tener un lugar al que regresar ..,

    Gracias por el capitulo , me ha gustado mucho .

    Judith

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