lunes, 9 de enero de 2012

Fuego y Acero XXIX: Confesión



29.- Confesión


Mientras comían, sentados en la larga mesa de madera, Ioren no prestaba atención a la conversación de los demás alrededor. Sumido en sus pensamientos, tenía la mirada vuelta hacia la única ventana abierta de la gran sala; una oquedad ojival de la que habían apartado la madera de celosía que protegía de los vientos cortantes. El día se había vuelto más nublado aún en el exterior. Ioren podía oler en el aire una nevada inminente, probablemente les asaltaría antes del anochecer. Podía leerlo en el vuelo de las aves y en el canto secreto del viento, en la luz blanquecina del sol de mediodía.

La ventana estaba a la izquierda. Al fijar en ella su atención, la apartaba intencionadamente de la derecha, donde la presencia de Driadan, príncipe de Nirala, exudaba su infernal magnetismo, obligándole a ser consciente de él, quisiera o no. Le mirase o no. Engulló otra cucharada de estofado, anestesiándose con determinación ante la sutil melancolía que amenazaba con apoderarse de él.

En los últimos tiempos, no era el mismo de siempre. En los últimos tiempos, algo estaba soliviantándose con demasiada energía en el interior de Ioren el Rojo, y aquello no le gustaba nada; especialmente desde que había confirmado con horror que no había lucha ni desafío posible hacia ese algo, no había resistencia eficaz ni manera de ocultarse ante ello. No había, simplemente, nada que hacer al respecto salvo aceptarlo y sobrellevarlo. Y no era sencillo, en realidad. Dejó escapar el aire entre los dientes y frunció el ceño, obligándose a mirar al frente.

Los ancianos solían decir, cuando él era pequeño, que un hombre ha de tener cuidado con lo que desea. El justo querrá la justicia, y no toda la justicia satisface. El pobre querrá riquezas, y no todas las riquezas colman. Ioren había sido prudente con sus deseos desde muy joven, pero su última exigencia al encarar al destino y pretender que Driadan de Nirala se transformara en un hombre digno de arrebatarle la vida, estaba mostrando aristas y matices con los que el Rojo no había contado. No había contado con que Driadan fuera capaz de conseguirlo. Y ahora, viendo la transformación que se había operado en el muchacho a lo largo de los meses, desde su descenso al infierno en Shalama hasta la renovada energía y su actual carácter y comportamiento, Ioren empezaba a atisbar que sí, que Driadan podría hacerlo. Podía ser una realidad. Y esa realidad le asustaba, le enorgullecía y le admiraba al mismo tiempo, esa realidad naciente asomaba como una estalactita y se destilaba en gotas de ternura y calidez que estallaban en su interior sin permiso, confundiéndole y angustiándole. Lo que el chico podía llegar a ser era algo grande y brillante. Lo que el chico podía llegar a ser era algo ante lo que Ioren podría doblar la rodilla sin sentirse humillado. Era aterrador pensarlo.

"Yo, que nunca he temido a la espada, al fuego o a la tormenta…y esta criatura siempre ha sabido despertar esta congoja en mí. Debí dejarle atrás. Me lo tengo merecido por traer conmigo a mi maldición cuando la hallé. Debí dejar que se ahogara o algo peor", pensó, como pensaba a menudo. Pero aquellas reflexiones no eran más que una manera de consolarse, de aplacarse a sí mismo. Sabía bien que no podía dejarle atrás. Maldito muchacho. Ioren había sido muy imprudente, se daba cuenta. Pero ahora era tarde para lamentarse, como solían decir. Las cosas habían llegado demasiado lejos, y lo que era peor, amenazaban con dejar de ser algo que solo competía a ellos dos. Como el aceite contenido en una vasija resquebrajada, estaba brotando y expandiéndose. Y Arévano ya se había percatado de la fragancia de ese bálsamo. Entrecerró los ojos y deslizó la mirada sobre los antiguos esclavos que le habían acompañado hasta Kelgard.

Reinaba un ambiente de franca camaradería entre ellos. Podía olerlo, igual que las nevadas y los cambios estacionales. Siempre había tenido el talento de su padre para medir a las personas y para valorar los ambientes, y no había ni un doblez, ni el menor reborde en las expresiones, palabras y silencios de su nueva tripulación. Fijó la mirada en Arévano. El joven bebía del cuerno, riendo ante un comentario de Jhandi.

Driadan le había hecho notar que no le traicionaría, y el Rojo no tenía dudas al respecto. El joven del cabello castaño había sido un espadachín en Prímona, su país de origen. Aquella nación era famosa por sus buenos vinos, su decadente estilo de vida y la belleza de sus mujeres, entre otras cosas. Ioren no conocía mucho más sobre aquella lejana tierra, donde decían que siempre brillaba un sol cálido y que la primavera era florida y llena de colores vivos, pero Arévano le daba la impresión de ser un digno representante de su cultura. De risa fácil y ánimo alegre hasta en las peores adversidades, había sido de los primeros en prestar apoyo a Ioren en Shalama, cuando todos eran esclavos. Arévano estaba confinado en los almacenes textiles. Aunque no era débil para realizar trabajos pesados, tenía habilidades mas difíciles de encontrar, relacionadas con la tintura de hilos y el tratamiento de los tejidos, por lo que pronto le destinaron a aquella zona apartada. Había sido él el responsable de hacer llegar una gran cantidad de armas improvisadas desde las cocinas hasta los barracones de los esclavos. No había fallado en nada de lo que se le había encomendado, y Ioren no tenía ningún motivo de sospecha hacia él. Pero no eran sus intenciones lo que le preocupaba.

Suspiró profundamente y desvió la vista. Demonios, esperaba que no fuera tan evidente para todos. Cuando se levantó para salir de la estancia, todos le miraron por un momento. Los ojos verdes de Kraakha le atravesaron en la distancia, hiriéndole de nuevo, y volvió el rostro para evitarla.

- Terminad. No hay prisa – dijo, cruzando la puerta de madera y atravesando el pasillo.

La lectora de runas había actuado con él como manda la tradición hacia los thane y los caudillos, estén en activo o no. Le había ofrecido su casa, sus tierras y sus posesiones en usufructo hasta que él decidiera prescindir de su hospitalidad. Y le había preparado la alcoba del señor de la casa, que en el caso de Kraakha era una habitación que siempre había estado vacía… salvo las ocasiones en las que él la había ocupado anteriormente.

Ahora, al entrar en ella, volvió a tener aquella sensación de angustia que se le cerraba en el pecho cada vez que la pisaba. Espantó los recuerdos por la fuerza y apartó el sillón de mimbre cubierto por una manta de piel mullida, se sentó en él, cruzó las piernas frente al pequeño hogar de rescoldos murientes y abrió la ventana, perdiendo la mirada en el exterior y la mente en memorias lejanas, dejando que el tiempo se escurriera hasta que llegara la inevitable hora de aclarar ciertos asuntos con el Príncipe.

La hora inevitable llegó antes de lo que él mismo esperaba. Cayó sobre Ioren sin avisar, cuando Driadan abrió la puerta e irrumpió en su habitación sin pedir permiso, sacándole violentamente de sus reflexiones y contaminando la estancia con su presencia, con su perfume, con su figura de barbilla alzada y ojos relampagueantes.

- Dijiste "en la tarde", ya es por la tarde.

Ioren suspiró. Por un momento había tenido ganas de echarle y soltarle un revés con el dorso de la mano, maldito muchacho insolente. Pero el impulso se deshizo tan pronto nació. Driadan estaba de pie, le miraba fijamente, y en el brillo de las pupilas no había desafío ni capricho, solo curiosidad. Curiosidad y una avidez casi desesperada, que se acentuó cuando se acercó en dos pasos y, apoyando las manos en el brazo del sillón, se acuclilló para estar a su altura. Había llegado de improviso y le encontraba con la guardia baja, con algunas emociones viejas a flor de piel y eso no era bueno para el Rojo. Intentó no mirarle los labios cuando los movió para hablar, intentó no respirar el perfume a iris de sus cabellos, y apartó el brazo para que esas manos jóvenes no le rozaran de manera accidental. Si el maldito chico supiera lo que se desperezaba en su interior por su causa…

- Por favor, dime qué pasa – dijo Driadan, ajeno al cataclismo interior de Ioren – No me iré hasta que me lo digas.

- Demonios, siéntate – escupió el hombre del mar, señalando vagamente algún punto lejos de él. Cualquier cosa con tal de que dejara de estar tan cerca.

Driadan asintió. Volvió a incorporarse y arrastró la capa en la que se envolvía, caminó hasta la cama y tomó asiento allí. "No podía buscar otro sitio", pensó Ioren. Tomó aire y giró la silla para mirarle.

El príncipe había subido los pies al colchón y los había cruzado. Estaba sentado muy tieso, con el manto de piel gris cubriéndole los hombros y amontonándose sobre sus piernas y alrededor de su cuerpo. Bajo él vestía un jubón flexible del mismo tono, forrado por dentro con lana de cabra que asomaba por el cuello y ribeteaba el bajo. Por las aberturas de los cordones, que aún no dominaba lo suficiente como para cerrarlos del todo bien, se veía la tela blanca de la camisa de lino. En un alarde de refinamiento, el príncipe había colocado los puños de la misma, que le estaba grande, de manera que le asomaran por fuera de las mangas del jubón, cual si fuera una de esas prendas de seda con puntilla que utilizaba en la corte de Nirala. Ioren reprimió una sonrisa al darse cuenta de ese detalle. Podría echarle encima el pelaje de un uro recién desollado, que Driadan encontraría la manera de parecer gentil y aristocrático, aun vestido con harapos, aún desnudo. "No, desnudo no", se corrigió, apartándose la imagen de la mente a toda prisa. Alzó la mirada a sus ojos.

- No te hagas ilusiones, sabes ya mucho de los problemas que tengo aquí – comenzó, frunciendo el ceño y cerrando los dedos en los brazos del sillón, bien apoyado en el respaldo – pero hay detalles que me hacen mantenerme alerta, y como te dije, tengo algunos enemigos. Pocos, pero peligrosos. Es mejor que se sepa poco de ti, cuanto menos mejor.

- Lo entiendo – asintió Driadan con firmeza, luego arqueó la ceja con desdén– soy un Nirala, ya me he dado cuenta de las miradas que me arrojan en tu pueblo solo por eso.

Ioren frunció el ceño. La tripulación había ido un par de veces hasta la aldea de Kelgard, pero siempre habían acudido todos juntos. Él no se había percatado del detalle.

- Es normal. Tu pueblo no es querido entre los míos. Nirala tampoco ama demasiado a Thalie.
- No, no lo hace – replicó Driadan – Sobre todo porque constantemente asoláis nuestras costas y atacáis…
- ¡Es culpa vuestra! – interrumpió Ioren, echándose hacia delante repentinamente, con un mordisco en su orgullo patrio. Luego le hizo un gesto con la mano para zanjar el tema y volvió a recostarse. – Da igual. No es esa la cuestión, la cuestión no es esa.

En cierto modo sí lo era. Pero no del todo. Volvió a retomar el hilo de su discurso.

- Algunos aquí saben algo sobre tu tierra. Saben algo de tu pueblo, y aunque de los que vinieron conmigo a la guerra no volvieron muchos, quizá algunos recuerdan que a tu padre le llamaban  Ihrserek - observó al muchacho, que escuchaba con atención y con el gesto severo – En tu lengua significa ojos de sangre. Solo el Pegaso tiene ojos de sangre.

Driadan tragó saliva y palideció un tanto.

- ¿Crees que pueden saber quién soy?

Ioren negó con la cabeza.

- No es fácil. No estoy seguro. No sé si importe mientras estás bajo… - se corrigió - conmigo.

Bajo su protección. Driadan no tenía por qué saberlo, pero así era.

- Yo soy un Nirala cualquiera aquí, Ioren, o así sería la historia que contaríamos – dijo Driadan entonces, removiéndose un poco sobre el colchón, incómodo – de hecho todos me llaman Nirala. Nadie tiene por qué relacionarme con la familia real. Pero si lo hacen, ¿Qué puede pasar? ¿Me darán muerte o algo así?

- No lo creo… pero pueden usarte para terminar de hundirme – admitió el Rojo.

El príncipe apretó los puños y los ojos se le encendieron de ira. Ioren no hizo ningún gesto. Él había pensado mucho en eso, aunque quizá el jovencito no hubiera reflexionado al respecto, a juzgar por su expresión.

- De eso nada. Me miran mal, bien, no me importa que aquí crean que soy un traidor a mi pueblo. Pero no hay ningún motivo para creer que lo seas tú.

- Hay muchos motivos para creer toda clase de cosas.

- Pues cuéntamelos – Ordenó Driadan, inclinándose hacia delante. Luego añadió, en el mismo tono – Por favor. No sé donde quieres llegar con esto. Y aún no me has dicho dónde están los enemigos, quiénes son y por qué están en tu contra. Estás dando vueltas alrededor de algo que tratas de evitar, y será mejor que me lo digas cuanto antes. Nos ahorraremos tiempo y futuros problemas.

Cuando fue capaz de reaccionar tras la perorata del chico, Ioren soltó una risa seca.

- ¿Hoy has desayunado un anciano del consejo o qué? – Luego negó con la cabeza, suspirando. Sabía que tenía que confesárselo, al menos a él. Desvió la mirada hacia los restos de la hoguera y se blindó por dentro, dispuesto a enfrentar la situación del modo más aséptico posible – No te falta razón. En parte. Así que escucha, y si aprendes algo de esto, mejor que mejor. Solo hablaré una vez.

Driadan se mordió el labio y asintió. Ioren tomó aire y se dio la vuelta, ocultándose a su mirada y perdiendo la suya en el paisaje exterior. Su voz sonó ronca y cansada cuando empezó a hablar.

- Mi padre era Heren Raur, Heren el Rojo en tu lengua. Thane de Kelgard y caudillo de sus gentes, miembro de la Asamblea de Jefes de Thalie, uno de los Señores del Fuego y el Acero, conocedor de palabras arcanas, de puño fuerte y voz como el trueno. Por derecho de nacimiento, yo, su único hijo, era el primero en derechos para ocupar su lugar, si me demostraba capaz y preparado para ello.

- Y lo ocupaste – interrumpió Driadan.

Su voz le llegó lejana. En su mente, el recuerdo de la imagen de su padre, sangraba despacio. Asintió con la cabeza.

- Lo ocupé, aún siendo muy joven, cuando mi padre marchó a los Altos Salones y abandonó este mundo. Lo ocupé, y lo investí de nuevas alturas. Había sido instruido en la fuerza, y fui fuerte. Era fuerte mi brazo, mi corazón y mi magia… y aún lo son – completó, con una llamarada de orgullo. Aun lo era. Al menos eso le quedaba. – Era el mejor, nadie podía oponérseme. Quienes lo intentaban, eran derrotados, hasta que dejaron de intentarlo. Mi supremacía era indudable, y mi pueblo me seguía. No era un mal gobernante.

Hizo una pausa, suspirando. El recuerdo del brillo del fuego en las asambleas, de su grito jubiloso de batalla, el del sonido del cuerno y los cánticos de los hombres cuando saltaban al combate con los ojos brillantes y el espíritu inflamado, todo le parecía algo lejano, como un sueño brumoso. Se obligó a proseguir, consciente de la mirada escarlata sobre sí, a través del sillón. Una gaviota revoloteaba en el cielo blanco.

- En mi orgullo… - suspiró. Se sintió incapaz por un momento, finalmente, se arrancó las palabras, rasposas y duras, a tirones – En mi orgullo desafié a los Dioses, rompiendo las leyes de la tradición. Normas ancestrales y antiguas. Me fue advertido, pero yo tranquilizaba a mi gente, diciéndoles que … si los dioses no aprobaban lo que hacía Ioren el Rojo, aquel que tomaba cuanto deseaba, harían algo al respecto. Y que el silencio de los dioses significaba que aprobaban mis actos. Eso dije, en mi orgullo… ciego… ciego y enloquecido por el poder, Driadan.

Las últimas palabras habían sonado como un susurro dificultoso y cansado. Mantenía las manos apretadas para que no le temblaran, algo quemaba detrás de sus ojos. Lo engulló, se lo tragó, espoleándose a sí mismo, pensando en el chico que escuchaba sentado en la cama, cuya atención percibía claramente sobre sí. El joven que había sufrido infiernos peores que los suyos y que aun así perseveraba con entereza… al menos al final. Con esa imagen como inspiración, volvió a retomar el relato.

- Desafié a los dioses. Cometí actos imperdonables contra personas que no merecían tales castigos, que no merecían… la desgracia que atraje sobre sus cabezas. Y los dioses, Driadan, respondieron con contundencia.

- ¿Qué pasó?

Ioren sonrió a medias. Ahora sólo había imágenes amargas que describir.

- Primero vino la enfermedad de la tos. Se llevó a la mitad de la población de Kelgard. Después de eso, el Fuego nos odió. Cuando mis hermanos más jóvenes fueron a secar pieles al otro lado de la colina, un incendio se elevó entre los brezos y los abrasó vivos. Ninguno sobrevivió. Por último, cuando ya era claro que había atraído la maldición sobre mí, quise apaciguar a los Dioses yendo a la guerra.

- Y perdiste.

- Sin duda – sonrió a medias – pero no me tomes sólo por un bárbaro que cree en supercherías. Creo en el poder de los Dioses porque lo conozco, pero también sé que la mayoría de las veces, los dioses actúan a través de los hombres. Y los Dioses propiciaron que alguien envenenara el agua para que la tos se llevara a los ancianos, los Dioses propiciaron que alguien provocara un incendio en la colina que matara a mis hermanos. Y permitieron que ese alguien sembrara la semilla de la traición entre mis hombres, para que perdiéramos la batalla de la costa de Nirala.

- Esos son los enemigos de los que hablabas – dijo Driadan de nuevo – Entonces, hay gente que quiere causarte mal. ¿Y sabes quienes son?

- Sé quienes pueden ser. Tengo mis sospechas.

- Ulior Skol – aventuró el príncipe - ¿El nuevo thane?

Ioren se giró a medias.

- Se aferra con gran ansia a la silla, ¿no lo has notado?

- Algo me dice que tú te agarrabas igual.

Ioren se rió entre dientes, con una risa desprovista de humor.

- No lo negaré. Aquí, Driadan, hay tradiciones. Tradiciones que, tras lo sucedido con mi persona y, amparándose en el ejemplo de mi caída en desgracia, los líderes de mi pueblo se preocupan de preservar y de vigilar que se cumplan. Una de ellas dispone que los enemigos de Thalie sólo pueden pisar estas tierras en calidad de esclavos. Kraakha tendrá la boca cerrada, pero me preocupa que alguien escuche aquello que no debe si Arévano y los demás hablan cosas de nosotros. Cosas como que te estoy instruyendo.

Por un momento hubo un denso silencio. En él comenzó a crecer una tensión espesa que podría cortarse con un cuchillo afilado. Ioren podía comprenderlo. Por eso no se enfadó cuando escuchó la voz lenta y casi incrédula que le hablaba a la espalda.

- Soy un enemigo de Thalie, ¿verdad?

Ioren el Rojo era uno de los guerreros más valientes que habían cabalgado el mar. En aquel momento no tuvo valor de mirar a Driadan a los ojos.

- Para todos los que viven en Kelgard, lo eres – respondió, con toda la entereza de la que fue capaz.

- ¿Hay más tradiciones aquí que tengan que ver contigo o conmigo, o con las cosas que compartimos, como entrenamientos y demás?

La voz del muchacho sonaba contenida. Casi resignada. Ioren suavizó la suya.

- No puedes ser miembro de mi tripulación, al menos no de manera oficial, delante de la gente. Para ellos debes ser mi siervo. Y desde luego, no te estoy entrenando. Y por supuesto que no hay nada más.

El silencio denso volvió a espesarse en la habitación. Luego, los pasos de Driadan sonaron con fuerza en la tarima. El Rojo percibió la agresividad en aquella manera de acercarse, y estuvo preparado cuando el muchacho cerró la ventana de un golpe ante su rostro y se plantó delante suya, con la mirada carmesí centelleando de rabia.

- ¿Y cuánto tiempo pensabas esperar para hablarme de estos pormenores? – exclamó el príncipe - Tienes enemigos, enemigos que pueden servirse de mi presencia aquí para hundirte, y tú no me has dicho nada hasta ahora… no solo eso, sino que… ¿En qué estabas pensado para traerme aquí? ¿Es que no se te ocurrió? ¡Yo no he venido por gusto! ¡Tu me arrastraste! ¿Acaso no sabías esto de antemano? ¿No previniste que nos encontraríamos en esta situación?

- Baja la voz – ordenó Ioren, poniéndose en pie para mirarle. Odiaba que le hablaran desde arriba. Y odiaba que le gritaran. Por no hablar de las llamas que ya le estaban lamiendo por dentro ante la actitud agresiva del chico. – Te van a oír, y los siervos no gritan a sus señores.

- ¡Eres un bastardo! ¡Maldito seas, me has engañado! ¡Lo hiciste a propósito, por eso querías traerme aquí, querías hacerme lo que yo te hice! ¡Vengarte!

Los gritos de Driadan habían alcanzado ya el tono insidioso y cruel que el hombre del mar le conocía, su mirada supuraba furia, y vio venir los puños volando hacia él. En su interior, la sangre le hervía en las venas, el corazón le retumbaba en el pecho y la angustia se mezclaba con la ira, con la desesperación y con la incomprensión.

- ¿Y qué si era eso lo que quería? – respondió, sujetándole por las muñecas, forcejeando para evitar que le golpeara. Fue incapaz de contener su propio rencor, que brotó como la espuma de la boca de un envenenado – Si, así era al principio. ¿Y acaso no es mi derecho? Me pusiste tu sello. Soy un guerrero, maldito demonio. ¡Un guerrero! Y me marcaste como a un ternero.

Driadan le escupió en la cara y Ioren le zarandeó. "¿Por qué siempre tiene que ser así?", se decía, mientras el joven intentaba escabullirse de su presa, aguantaba las lágrimas y le insultaba, rociándole con su desprecio. "No voy a permitir que siempre sea así", se dijo de inmediato. Le rodeó con los brazos y le estrechó, de espaldas contra su pecho, inmovilizándole. Pegó los labios a su oído y se arrojó al vacío.

- No iba a dejarte atrás. – Susurró, conteniendo la furia del muchacho, que le clavaba los codos y cuanto más se revolvía más se apretaba contra él - Jamás te dejaría atrás. Te traje conmigo, simplemente, porque no puedo separarme de ti… todavía. Ahora, deja de agitarte sin motivo. Nunca te haré esclavo. Mi rencor lo desea, pero yo no lo deseo. Tú eres libre tal como naciste.

El joven príncipe aún forcejeó un momento. Después pareció relajarse y se apoyó en su pecho, dejó caer la nuca hacia atrás y sorbió la nariz. Estaba llorando. Ioren tragó saliva y le abrazó con fuerza, apoyando la barbilla en sus cabellos. El aroma dulzón de los iris se coló por sus poros y se enredó en su alma.

- No me importa fingir que soy tu siervo – susurró Driadan a media voz – lo haré si es necesario. No quiero quedarme atrás. No quiero separarme de ti todavía.

- Tengo que recuperar la bendición de mis Dioses… resolver los problemas – replicó Ioren, tragándose sus propias palabras, el resto de ellas, las que de verdad quería decir – Cuando vuelva a ocupar la silla, todo será mejor para todos. Esto tiene que acabar, por el bien de mi pueblo. Hay que romper esta maldición y encontrar a aquellos que son la mano de los Dioses para inflingirme tormento. Porque no me importa pagar por mis faltas. Pero no pagaré más del precio que adeudo, y no dejaré que nadie se lo cobre en mi gente.

- No te causaré problemas. Quizá sería mejor que dejáramos de…

Ioren entrecerró los ojos. Luego le tomó por los hombros y le dio la vuelta, mirándole a los ojos. El semblante del príncipe no había perdido su porte orgulloso y digno a pesar de la rabia y el llanto. Con los dedos desnudos, le limpió los restos de las lágrimas de las mejillas, y luego los enredó en los cabellos negros del chico.

- Hay riesgos que aún estoy dispuesto a correr – murmuró, apretando los dientes un instante – Es por ellos por los que todo esto aún merece la pena.

- En ese caso, intentaré no hacer ruido – replicó Driadan.

Ioren dejó escapar el aire entre los dientes. Los ojos rojos brillaban con intensidad, con una llamada innegable, tan violenta como el impulso que le incitaba a estrellarse contra él y arrastrarle en su oleaje. Antes de darse cuenta, la marea decidió por sí misma. Se abalanzó sobre él al tiempo que el joven se impulsaba hacia arriba para atacarle con sus labios, y se enredaron como volutas de humo en la misma hoguera.

Sí, en los últimos tiempos, algo estaba soliviantándose con demasiada energía en el interior de Ioren el Rojo. Y aunque aquello no le gustaba nada; especialmente desde que había confirmado con horror que no había lucha ni desafío posible, resistencia eficaz ni manera de evitarlo, aunque aquello no le gustaba nada… era un alivio, un consuelo, y tenía que admitir, aunque fuera sólo para sí mismo, que le encantaba.

5 comentarios:

  1. Diooos!! Gracias por escribir tan grandioso fic/historia/novela, deliciosamente genial. No se como lo logras pero haces que ame a tus personajes y que decir de la forma en la que escribes, envolvente, esa increíble forma de plasmar los sentimientos y emociones, todo tan intensamente delicioso.
    Driadan e Ioren han pasado por tantas cosas y sin embargo a mi parecer a penas van a la mitan del viaje. Sinceramente muero por saber que pasará y eso que me la encontré ayer y me la he leido en un día.
    De verdad no sé cómo lo haces pero gracias por escribir así, me paso mi tiempo leyendo fics en amor yaoi y enserio que hace tiempo que no encontraba historias que me emocionaran así. Creo que es por eso tono de amor-odio que llevas de una forma deliciosa!!!
    Me llevas de un extremo al otro y me agrada enojarme o sentirme triste cuando pelean y soy inmensamente feliz cuando las cosas van bien, soy una loca amante del drama!!
    Bueno muy buena historia, espero leerte pronto :DD

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  2. ¡Wow, muchas gracias por el comentario! Me alegra que te guste la historia, la verdad es que tiene unos 50 capítulos, aún queda un buen trecho por publicar. Pero si te gusta el drama, la vas a disfrutar, eso seguro.

    Normalmente actualizamos cada fin de semana (que se nos acaba convirtiendo en lunes, porque intentamos repasarlo todo bien para cerciorarnos de que publicamos sin errores, jejeje), así que el domingo-lunes que viene tendrás otro par de capítulos aquí esperándote.

    Si quieres puedes hacerte seguidora del blog o de nuestro twitter, y así te mandan un aviso cuando haya cosas nuevas :3

    ¡Un abrazo y hasta pronto!

    Hendelie

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  3. A mi al contrario que el primer comentario no me gusta el drama, por eso me pongo muy triste cuando las cosas van mal y a veces por tu culpa me cuesta dormir pensando en esta historia T_T Pero es que simplemente es adictiva *-*

    Jamás imaginé a Ioren cegado por el poder, siempre lo he imaginado como un líder tranquilo y muy respetuoso con sus tradiciones, pero ya veo que no... eso ha sido una gran sorpresa.

    No creo que nadie le haga daño a Driadan (los de la aldea digo) pero tal como dice Ioren si se enteran de lo suyo... tal vez si hagan algo para lastimarlo y entonces lastimar a Ioren... hay demasiado rencor en su poblado y ganarse la confianza de las personas cuenta muchísimo, me pregunto que acciones emprenderá para ganársela.

    Ñeee que Driadan se haga el amante de Arévano y asín disimulan jajaja

    También es extraño que Ulior si de verdad estaba detrás de todo esto no se haya comunidado con Nirala para hacer saber a las ratas traidoras que Ioren ha vuelto y con un chico de Nirala, seguro que eso haría disparar todas las alarmas. Aunque claro, también supongo que si el nuevo thane es el tradior tampoco querría facilitarle las cosas a hombres de Nirala, igualment son enemigos... no sé.

    Lo único que quiero que la zorra esa con la que se ha casado el padre de Driadan no tenga hijos (me llevaré una gran desilusión pero bueno es tu historia asín que tu sabrás como quieres manejarla =)) es que solo quiero que no todo les salga bien! TT

    ¿Espero actualización este domingo? ¿O la semana que viene?

    Pffff cincuenta capítulos!! No podré soportar la espera T_T ¿Ya los tienes escritos todos?


    byeee

    PD: Y el boceto de Driadan ¿para cuándo? ¡Lo ansio!

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  4. ¡Actualización el domingo, Mizuki! Bueno, domingo-lunes, que siempre se me alarga y a veces termino publicando el lunes, agobiada y pensando que se me ha vuelto a hacer tarde.

    No los tengo escritos todos, me faltan unos 5 o 6 que están hilvanados y pendientes de concreción y corrección, pero lo que es la historia está hecha y terminada. Muchas gracias, guapa, y no sufras tanto, mujer!

    Cuando termine de publicar Fuego y Acero subiré otra muy bonita y muy dulce que seguro que te encanta. ¡Un beso!

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  5. OMG!!! Mujer como amo tu novela!!! Honestamente quiero leer la otra también, pero ésta es tan intensa que prefiero esperar para poder disfrutarlas todas plenamente.

    Los personajes son maravillosos, me encanta la personalidad de cada uno de ellos, están muy bien desarrollados y con el correr de los capítulos se vuelven mas complejos logrando que cada uno de ellos te atrape.

    La mutación de Driadán es impresionante y aún así sigue siendo él mismo, es de todos el que mas me atrapa y me asombra. Es un sobreviviente con todas las letras.

    Ioren también es increíble, con esa fuerza imponente y al mismo tiempo con tanta ternura escondida. Sin duda a través de su personalidad de guerrero se puede ver su bondad y su amor por Driadán.

    Y el broche de oro sin dudas es la redacción de tu novela. Es bellísima, poética, fluida, y adoro que no tenga fallas de ningún tipo (dejé de leer en AY porque es un espanto lo mal que escribe la gente y la poca calidad, no sólo en sus redacciones sino en la capacidad de seguir el hilo de una historia; si no sabes escribir o no tienes imaginación, pues es mejor no hacerlo, yo conozco mis limitaciones y no lo hago... HORROR!!)

    Debo decir que cincuenta capítulos me sabe a poco jajjjaaj!!! Pero bueno, ya la tenés casi terminada así que no se puede pedir nada más jejej!!

    Espero con ansias los próximos!!!

    Besotes!!!

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