25-26 de Abril—Gabriel
Estaba apoyado en la encimera, dando sorbos a la taza
descascarillada. Tenía el dibujo de la estatua de la libertad, era la favorita
de David, pero estaba un poco rota. Y sin embargo ayer mismo aquella taza de
cerámica había estado nueva, blanca y reluciente. Ahora parecía una reliquia
ajada, llena de manchas negruzcas y con el barro a la vista allí donde se había
resquebrajado la porcelana. Todo a su alrededor estaba deteriorado. Todo era
espantoso, mostraba los defectos de forma grandilocuente y grotesca, desde las
manchas de la pared hasta el parqué levantado o los desconchones en el techo
que el día anterior no estaban ahí.
El mundo parecía a ratos más claro y en otras ocasiones una
completa locura. Durante un rato pensaba que las cosas que no habían tenido un
lugar en su vida cotidiana lo tenían ahora, más allá de la puerta, de la
ventana de cristal empañado y sucio. Al rato siguiente se decía que aquello era
imposible, que había perdido la razón.
Ahí afuera había cosas espantosas. Una ciudad de pesadilla,
cubierta de herrumbre y de humo cobrizo en la que se movían seres imposibles.
“Pero yo ya los he visto”, se decía. “Pero yo ya lo sabía”. Criaturas que
debían ser exterminadas, que devoraban, que perseguían. El mal; no, no, El Mal,
con mayúsculas. Y si ellos existían, existía él. Existía su deseo de proteger,
de eliminar, de acabar con ellos. Con todos ellos. Aquello era bonito. Eso
tenía sentido. Era casi como las historias de superhéroes, solo que era
completamente absurdo, y una voz en off dentro de su mente se encargaba de
recordárselo en cuanto comenzaba a centrarse.
“No, Gabriel. No pienses así. No alimentes la locura”.
No era consciente de estar en estado de shock. Su mente
ejecutaba una hábil torsión para adaptarse a los acontecimientos, agrupando
recuerdos, encajando piezas por la fuerza si era necesario, con la desesperada
necesidad de dar sentido a lo que sucedía.
Los hechos hablaban. Lo que los sentidos captaban eran los
hechos. Hechos: La ciudad era un lugar terrible, plagado de monstruos. Especulaciones:
un infierno en la tierra, o tal vez el mismo infierno. Quizá él había muerto.
Tal vez pertenecía a ese lugar. Pero el hecho es que todas las cosas
descabelladas que le habían inquietado tenían que hallar respuesta aquí, puesto que esto no era, y eso lo sabía con
certeza, una alucinación. Cabía, desde luego, la posibilidad de que estuviera
loco. Pero en tal caso, esta realidad seguía siendo su realidad, por lo que
hallar sentido en ella, encontrarla resuelta punto por punto resultaba algo
prioritario. Necesitaba aferrarse a esa ilusión de control, y lo hizo. Hechos.
Especulaciones. Torsión. Adaptarse. No venirse abajo.
Mantenerse cuerdo.
De momento lo estaba consiguiendo.
Se asomó a la ventana. El cielo era oscuro y sucio, sin
estrellas. Tampoco se veía la luna. Era imposible determinar si era de día o de
noche a causa de las densas nubes y la neblina ocre. Los enormes extractores de
aire de los edificios giraban lentamente y producían un sonido sordo, vibrante,
que se mezclaba con el zumbido de los cables. Aquella sinfonía parecía el
latido de un corazón de maquinaria, pesado, denso. Se pegaba a los oídos por
dentro, se filtraba en la mente y se agazapaba ahí como un ruido de fondo. Pero
por encima de él sobresalía la música. La música que Gabriel había tocado
seguía sonando en su cabeza, al ritmo de su propio pulso, de su respiración.
“Ojalá la hubiera tenido siempre presente con esta nitidez”,
se dijo. “Espero no olvidarla”.
Otro sorbo de café.
Al otro lado del cristal, en la calle, ardía un fuego cerca
del cruce con la tercera avenida. Vislumbró, entre la neblina oxidada, a un
grupo de cinco personas que se deslizaban a toda velocidad sobre el asfalto y
saltaban una barricada junto a la hoguera. Se desplazaban en patines, se
cubrían el rostro con máscaras de gas y empuñaban palos de hockey, bates de
béisbol y tuberías como si fueran armas. Tras ellos apareció lo que Gabriel
creyó que eran seis perros rabiosos. Los animales corrían a
la caza de los patinadores, pero debían haberse escapado de un almacén o algo
parecido pues tenían restos de cables y de basura pegados al cuerpo. Al llegar
al final de la calle, los patinadores se dividieron en dos grupos y partieron
cada uno en una dirección. Los animales—vistos más de cerca se asemejaban más a
hienas que a perros—también separaron sus caminos. Después se escucharon
disparos.
Frunció el ceño y sintió inquietud por primera vez.
Se apartó del cristal y miró alrededor, en busca de lugares
comunes. No halló demasiado sosiego. Su casa, al igual que el mundo, había
cambiado. El suelo estaba cubierto de polvo y mugre, algunos muebles estaban
rotos o arañados, descalibrados. Faltaban cosas y algunas sobraban. En cambio
los dvd’s, las videoconsolas y los equipos informáticos estaban ahí, en su
lugar, en bastante buen estado. Descolgó el teléfono y se encontró con que daba
línea, cosa que le sorprendió por algún motivo. Por un momento pensó en llamar
a alguien—“a David, tengo que llamar a David”—, pero decidió que sería mejor
aguardar hasta que él mismo tuviera más claro lo que estaba pasando. No quería
alarmar a nadie.
Caminó hacia las habitaciones, con la taza en la mano. Las
paredes mostraban huellas de humedad y manchas de óxido que Gabriel no
recordaba. Las puertas chirriaban, pero su cama permanecía en perfectas
condiciones, al igual que el armario. Y también la habitación de David, que se
mantenía limpia y nueva. Y desalojada. Tan vacía como lo había estado durante
los últimos días.
Al entrar al cuarto de baño, comprobó que había huellas de
humedad en la mampara de la ducha y restos de sangre. También vio una toalla
tirada en el suelo que no recordaba haber dejado ahí. Frunció el ceño. Se
acuclilló para recogerla. Al ponerse en pie, encontró el espejo empañado de
vapor y lo limpió con la toalla. Cuando su propio reflejo le devolvió la
mirada, se quedó sin respiración por segunda vez aquella noche.
. . .
Puso la mano sobre el cristal. La deslizó. A un
lado y a otro, varias veces, al principio con dedos temblorosos y después con
furia. “Este no soy yo”, se decía. “Este eres tú”, se decía también, con otra
voz. Una voz poderosa, aterradora porque no podía escapar de ella. Cuando, tras
haber arañado el espejo se dio cuenta de que no iba a poder sacar de él la
imagen, respiró hondo. El reflejo respiró hondo al mismo tiempo. Se tocó la
barba y el reflejo le imitó, perfectamente, al unísono. La llevaba muy
crecida, de varios meses, y tenía las mejillas un poco hundidas. El cabello era
más claro de lo que lo recordaba (demonios, se lo había visto aquella misma
mañana y parecía que hubieran pasado eternidades) y mucho más largo, y los ojos
azules le brillaban con un resplandor demasiado potente, como si fueran
luminosos. Pronto encontró el origen de aquel efecto: en el centro de las
pupilas parecía titilar una diminuta llama blanca, incandescente.
Se pasó la mano por la frente y el rostro, incapaz de
parpadear o de cerrar los labios, que se le habían entreabierto.
—Bendito sea Dios—murmuró.
El corazón le dio un salto en el pecho y se mareó. “Voy a
empezar a hiperventilar. Eso no puede pasar, ¿me oyes? No puede pasar”. Se
hablaba, se repetía frases de control mientras abría el agua fría, aferrándose
con la otra mano al lavabo. El grifo vomitó un pegote de lodo y después
borboteó espasmódicamente, expulsando agua de color marrón que fue aclarándose
progresivamente. Puso la mano debajo del grifo y se mojó la nuca, el rostro, el
cuello y las muñecas. Al volver a erguirse y secarse con la toalla, el perfume
de David le golpeó como un latigazo eléctrico. Miró la toalla. Después su
reflejo. Y cuando empezaba a desesperarse y su escaso autocontrol se tambaleaba peligrosamente, un recuerdo se abrió camino en su memoria. Una luz blanca. Algo
que podía volver a darle sentido a todo.
“Tengo tantas cosas que contarte…”
Se puso tenso y se irguió repentinamente.
—Ariadna.
El reflejo conocido pero desconocido vocalizó al mismo
tiempo que él.
“Creía que tendría más tiempo”.
Ariadna. Ella lo había dicho. “Esta ciudad es un lugar
hostil, poblado de monstruos. Pero hay esperanza para todos nosotros. Nuestras
almas nunca dejan de luchar. Siempre quieren ser libres, y su fuerza es tal que
ni nosotros mismos podemos imaginarla.” Las palabras volvían a él con
exactitud, dichas en su voz infantil, en aquel estado que Gabriel confundió con
delirio, justo antes de que la niña cerrase los ojos y volviera a dejarle solo.
La pincelada de potente angustia apenas le rozó, estaba demasiado excitado. Se
llevó la toalla consigo cuando caminó apresuradamente hacia la ventana de nuevo
y escrutó la tercera avenida.
El fuego seguía ardiendo. Ya no se escuchaban disparos y los
perros habían desaparecido. Buscó signos de vida a lo largo de aquella arteria
urbana hasta llegar a una curva de la cual tenía perfecta visibilidad, dos
calles más abajo de la suya. Bajo la luz de las farolas, una figura solitaria
caminaba con pasos lentos. Era un hombre. A Gabriel le recordaba a uno de esos
zombis de las series de televisión que solía ver: llevaba un traje de chaqueta,
deshilachado y raído, la camisa fuera de los pantalones y le faltaba un zapato.
Sin embargo, el hombre seguía andando. En ocasiones hacía un movimiento como si
hablara con algo o alguien invisible. En la mano derecha llevaba un maletín. En
algún momento se había abierto y ahora estaba totalmente vacío; colgaba
ridículamente de su mano.
Tras él caminaba otra persona. Era un chico joven, alto, y
él no parecía estar aletargado como el hombre del maletín. Llevaba el pelo
peinado hacia atrás con gomina y tenía las manos metidas en los bolsillos de la
chaqueta de cuero. En un momento dado, el hombre del maletín se detuvo y el
chico se movió deprisa para colocarse detrás suya. Después miró alrededor y
abrió la boca.
Gabriel vio brillar sus ojos en la distancia: eran negros,
sin pupila ni iris, totalmente velados. En otra circunstancia se habría
preguntado cómo podía ver detalles como aquellos con tanta nitidez aun estando
en la ventana de su casa, a varias decenas de metros de la calle. Y sin
embargo, lo veía. Vio cómo el chico extendía los brazos y los dedos y aparecían
membranas de ellos. Vio como se abrazaba al hombre igual que alguna clase de
extraño sapo, adheriéndose a su cuerpo y a su ropa. Y vio cómo de la deformada
boca abierta surgía un apéndice gelatinoso terminado en una retorcida punta que
se clavaba en la nuca del hombre del maletín. Este siguió andando, como si
nada, a pesar de estar encorvado por el peso de la criatura que cargaba sobre
su espalda.
Gabriel sintió la rabia hirviéndole en la punta de los
dedos.
“Nuestras almas nunca dejan de luchar. Siempre quieren ser
libres, y su fuerza es tal que ni nosotros mismos podemos imaginarla.” Eso
había dicho Ariadna, pero el imbécil del maletín no parecía luchar. Ni siquiera
parecía darse cuenta.
La alimaña estaba sobre él y el apéndice gelatinoso que le
había hundido en el cuello se hinchaba y se distendía a medida que el muy
cabrón le succionaba lo que fuera que estaba chupando de él.
—Despierta—murmuró, golpeando el cristal de la ventana con
una mano. No sabía si se lo decía a sí mismo o se lo decía al hombre zombi—.
Despierta. Vamos. Despierta.
Hay esperanza para todos nosotros, eso había dicho Ariadna.
¿Esperanza? ¿Dónde? ¿Dónde demonios estaba esa maldita esperanza? Solo había
que mirar lo que la ciudad era en realidad—si es que todo aquello tenía algún
sentido—para darse cuenta de que no había una condenada esperanza. Todo era
espantoso. Todo era horrible, un sinsentido macabro y plagado de pesadillas.
—Despierta. Despierta.
El cristal le quemaba en los dedos. El hombre del maletín se
había parado de nuevo y parecía encorvarse más. El chico de la chaqueta de
cuero le abrazaba como si fuera su amante, con esa despiadada lengua robándole…
la vida.
—Vamos, despierta. ¡Despierta! —Golpeó el cristal con el
puño hasta hacerlo vibrar.
Enfrente, de un callejón colindante, dos largas patas
retorcidas y velludas asomaron y otra criatura hizo aparición. Si no fuera por
las extremidades de araña y la enorme boca llena de dientes, habría parecido
una persona normal. El nuevo monstruo se acercó despacio, como deleitándose, y
estiró los largos cilicios hacia el hombre, envolviéndole en un hilo blancuzco
y brillante mientras el otro se daba un festín.
Gabriel dejó de golpear el cristal. Algo se volvió sólido en
su interior. Entrecerró los ojos y apretó los dientes.
—A la mierda.
Cuando se abalanzó hacia la puerta de la casa, la mano le
ardía, le hormigueaba en la palma y las falanges. Llevaba en la mano la taza de
café, agarrada como si fuera un puño americano. Al salir a la escalera y bajar
los escalones a toda prisa, volcó el resto de su contenido, que quedó derramado
sobre las baldosas quebradas.
. . .
Recorrió la distancia que le separaba de aquel cruce a la
carrera. El corazón le latía con violencia en los oídos, la sangre le ardía en
las venas. Una quemazón tan intensa como una llama parecía prender en sus ropas
y en su piel, extendiéndose desde algún punto por detrás de sus ojos. Las
pupilas también parecían estar incendiadas, le abrasaban como si estuvieran
apuntándole a ellas con un láser, y sin embargo, ni una sola de sus facultades
se veía mermada por aquel repentino fuego.
Corría más de lo que recordaba poder hacerlo. Sus músculos
se hinchaban, preparados para el combate. La rabia y la certeza gritaban en su
mente, la adrenalina se le había disparado y parecía gasolina que prendía en su
interior a causa del fuego que le habitaba. Iba a salvar a aquel tipo, iba a matar
a aquellos monstruos. No existía nada más.
Todo ocurrió tremendamente rápido. Cuando llegó a la
bocacalle, el muchacho de la chaqueta de cuero volvió los ojos negros,
alarmados, hacia él. En un santiamén estaba encima de ese bastardo. Gritaba
algo, y el bastardo también gritaba, mientras trataba de defenderse. La taza de
Nueva York destellaba con una poderosa luz roja y anaranjada, luego blanca y
amarilla. Le golpeó una y otra vez, hasta que el rostro se le deformó. Uno de
aquellos ojos negros reventó y una mancha de petróleo se extendió por las
desfiguradas facciones de la criatura. Al fin, cuando terminó de aplastarle la
cabeza, se volvió hacia el otro. Éste intentaba llevarse al hombre del maletín
tirando de los hilos que le había enredado. El hombre parecía un muñeco de
trapo.
—Tú otra vez no—repetía, aterrado, el hombre con patas de
araña—. Tú otra vez no, maldita sea, me prometieron que tras el reciclaje no te
recordaría.
Gabriel entrecerró los ojos, aún agazapado sobre el primer
bastardo. Hizo girar la empuñadura de la taza entre las manos, comprendiendo en
ese momento que la taza ya no era tal cosa sino algo muy diferente, a lo que se
negaba a poner nombre aún. Entonces, en las facciones aterrorizadas del
monstruo antropomorfo encontró un rasgo familiar. Sus ojos eran rojos. Su piel,
blanca como la leche. Al igual que el cabello.
—Lieren.
—No. ¡No! Ahora soy otro. Me han reciclado. Ya no soy
Lieren.
No entendió una palabra. Él no sabía nada de reciclajes, ni
falta que le hacía. Se abalanzó sobre él de un salto, igual que había hecho con
el primer bastardo, y antes de ejecutarle, se dio el sumo placer de estrellarle
el otro puño contra la cara. La bestia volvió el rostro a causa del impacto y
tres de aquellos desproporcionados dientes saltaron al asfalto.
—Eso es por Caín—declaró, arrastrándole de la pechera. Luego
cortó los hilos blanquecinos con los que tenía atrapado al hombre de un certero
tajo con la espada y después la levantó por encima de su cabeza—. Y esto es
porque debes desaparecer.
Lieren se cubrió el rostro con las manos. Gimió, pataleó y
el terror se pintó en sus ojos rojos una vez más. La hoja llameante que Gabriel
empuñaba descendió y cortó por la mitad a la criatura, que cayó al suelo
convertida en un amasijo de materia orgánica, cables, tubos y extrañas mezclas
de plasma, litio y fluidos.
“Reciclaje”, recordó Gabriel. También recordó que tenía en
la mano una jodida espada de fuego. No pudo evitar una risa seca y resignada.
Los siguientes diez minutos los pasó golpeando los restos de Lieren con el arma
hasta que quedaron reducidos a un montón de ceniza humeante.
. . .
Cuando los patinadores llegaron él estaba sentado en el
bordillo de la acera, fumando. Frente a si, el bastardo de la chaqueta de
cuero, o lo que quedaba de él, yacía hecho un ovillo sobre sus propios restos.
El hombre del maletín permanecía tumbado en el suelo, con los ojos abiertos y
la vista fija en el cielo, como si estuviera en coma. Aún tenía restos del hilo
blancuzco alrededor de su ropa maltrecha. Las luces de las farolas se
reflejaban en los charcos de la calle. En algún momento había llovido, una
lluvia sucia y tibia que a Gabriel no le había gustado nada en absoluto y que
había mojado al hombre del maletín.
Ellos aparecieron por la calle principal, deslizándose sobre
sus patines en línea y con las armas en ristre. Le rodearon con cautela,
observándole desde detrás de las máscaras de gas, a cierta distancia. Se
miraron entre si, como si no se decidieran a actuar, y finalmente, uno de ellos
se acercó. Se trataba de una chica de pelo oscuro y mirada curiosa y fascinada.
Llevaba un uniforme de motorista algo desgastado y empuñaba una barra de hierro
llena de muescas y abolladuras.
—¿Quién eres?—preguntó la chica—. ¿Qué le ha pasado a este
hombre?
Gabriel dejó caer la ceniza dentro de la taza de Nueva York,
pensando cómo explicarlo. Finalmente dijo:
—Le atacaron dos de esos monstruos. Pero no se quiere
despertar.
La chica le observó con extrañeza y luego miró a sus
compañeros. Les hizo un gesto.
—Litio, Hechicera, recoged al Durmiente.
Dos de los jóvenes patinadores se acercaron al hombre del
maletín y le agarraron de los brazos. Luego le cargaron entre los dos, sin
perder el equilibrio.
—¿Qué vais a hacer con él?—preguntó Gabriel.
“Deberías desconfiar”, pensó. Pero no desconfiaba.
La chica volvió la mirada hacia él.
—Llevarle a un sitio seguro e intentar sanarle.
—¿Y se despertará?
—Puede que después despierte, puede que no. —Se encogió de
hombros. Los patinadores se agruparon y se volvieron hacia la calle, pero la
chica se detuvo a medio movimiento y luego señaló el cadáver del bastardo y las
cenizas de Lieren.—¿Les has matado tú?
Gabriel dudó un momento. Dio una larga calada y luego
asintió, exhalando el humo por la nariz.
—Sí.
La chica corrigió su postura y volvió a quedarse frente a
él, observándole con curiosidad.
—Así que eres un Guardián.
—¿Un Guardián? —Gabriel suspiró, echando la cabeza hacia
atrás. Reciclaje. Guardianes. Durmientes. No entendía una mierda y estaba
cansado de aquel mal viaje. —No sé lo que soy. Hace unas horas era profesor de
universidad.
Uno de los patinadores se acercó y apremió a la chica para
marcharse, pero ella le ignoró. Parecía fascinada por algo.
—¿Entonces acabas de despertar? ¿Es eso?
Gabriel se puso en pie, sacudiéndose el abrigo. Descubrió
que era más viejo de lo que recordaba y que en general, tenía peor aspecto. Eso
le deprimió absurdamente, como si todo lo terrible de aquella situación se
concentrase en un abrigo sucio.
—Mira, no sé de que me hablas. Estoy muy cansado, ha sido un
día muy jodido, un día de mierda—dijo, sorprendiéndose de la cantidad de tacos
que estaba utilizando—. Necesito respuestas y tú no dejas de hacerme preguntas.
—¡Mierda!—exclamó ella entonces. Se acercó y le agarró de la
mano. Gabriel se soltó con un gesto brusco, pero ella insistió—. Ven con
nosotros. Por favor, confía en mí. Or favor.Ven con nosotros.—Y luego añadió:
—Puedo ayudarte.
La miró. Otro patinador volvió a llamarles la atención,
indicando que había que largarse. La chica tenía el cabello muy oscuro, liso
pero rebelde, con algunas ondas naturales. Sus ojos también eran oscuros detrás
de la máscara de gas, pero cálidos y compasivos. Por su estatura y timbre de
voz parecía muy joven, no tendría más de veinte años.
Gabriel jamás había soportado que le ofreciesen ayuda,
porque eso significaba admitir que la necesitaba. Pero en aquel momento, cuando
asintió con la cabeza, el alivio le embargó.
Cuando los patinadores dieron orden de partir, se puso en
marcha, caminando a pasos largos, con la taza en la mano. Solo por si acaso.
Vació las cenizas por el camino, cuando entraron a un estrecho corredor
tortuoso bajo un puente de hormigón. Los chicos encendieron linternas. Se
deslizaban al paso para no dejarle atrás, y la muchacha no le había soltado la
mano. De vez en cuando le miraba, como si quisiera cerciorarse de que seguía
ahí, de que estaba bien.
—¿Quiénes sois vosotros?—preguntó Gabriel a media voz.
—La Resistencia—dijo la chica, en el mismo tono—. Ellos son
Botas, Hechicera, Valium y Litio. Yo me llamo Lucero.
—Encantado. —Era mentira. Aquellos nombres no tenían pies ni
cabeza. Genial. Como todo en aquel lugar de mierda. —Yo soy Gabriel.
Ella asintió. Él asintió. Y siguieron caminando.
Los enormes edificios de hormigón se alzaban por todas
partes, oscuros como fósiles pretéritos, semiderruídos algunos, otros nuevos.
La iluminación urbana vacilaba en ocasiones, parpadeando. Caminaron a través de
calles quebradas flanqueadas por coches abandonados, bajo puentes y a través de
viejos corredores olvidados, atravesaron bocas de metro abandonadas y garajes
comerciales en los que aún se podían ver algunos carritos oxidados, llenos de
mugre, tumbados de lado aquí y allá. Pensar en esos chicos tan jóvenes, en sus
putos patines y en las armas rudimentarias que llevaban, al pensar en como
serían sus vidas llevando máscaras de gas y siendo “La Resistencia” en un mundo
como aquél, no le daba ninguna envidia. Y sin embargo allí estaban, atravesando
las calles del Monstruo, valientes y decididos, llevándole a él y al hombre del
maletín quien sabía donde, pero haciéndolo. Haciendo algo.
Hay esperanza para todos nosotros, había dicho Ariadna.
Gabriel no entendía nada de lo que estaba ocurriendo, pero
durante aquel deprimente viaje a través de las entrañas de la ciudad, no dejaba
de desear con todas su fuerzas que esas palabras fueran ciertas.
. . .
estoy sin palabras............. (me he sonrojado) y estoy con una sonrisa estupida en mi cara......
ResponderEliminaren primer lugar (espero no sonar un poco desagradecida)me ha parecido corto , pero es por el efecto de lectura sin desprender los ojos ni un segundo, corto pero sustancioso, ya vamos encontrando respuestas y eso me alegra. me encanto ver al bastardo de lieren morir por segunda vez como lo que es, un gusano ja, es que ni eso, es basura y deberia morir 1001 veces.gabriel es un guardia, osea que si se va a cumplir las palabras que una vez le dijo a david: david un principe y el su guardian......
segundo, me hizo falta david, pero que le voy a hacer, soy ansiosa, perdonenme por eso y ya se que por ahi debe estar rondando. algo curioso con este capi y es que da la casualidad que siempre he pensado que nosotros los seres humanos somos los encargados de formar nuestro propio infierno en este planeta, que este debe ser el lugar para pagar por lo que hemos hecho o hacemos y que somos nuestras propias victimas y victimarios en una guerra de nunca acabar, asi que esta representancion tan grafica de ese mundo alterno no me parece para nada descabellada.
y tercero, como dije al principio ver colado mi nombre por aca me ha hinchado el corazon, ustedes son divinas al darme tremendo honor, porque lo es, pocas veces me siento tan atraida por una novela a esta escala, mil gracias, de verdad no tengo palabras........................ ustedes ya saben que amo esta historia y seguire fiel a todos sus escritos e ilustraciones. un abrazo inmenso desde el otro lado del charco.
Gracias por tus palabras guapa, y un abrazo para ti también. Espero haber acertado en tu descripción, te he cotilleado alguna foto de Facebook para guiarme, jajajaja. Un honor que te haya gustado el nuevo capítulo, si es cierto que es un poco cortito pero como había algunas cosas importantes que empezaban a encajar hemos preferido dejarlo así para no saturar demasiado de información.
ResponderEliminarEs muy interesante la reflexión que haces sobre la humanidad y creo que a medida que se vaya desarrollando el argumento de las tres historias te va a ir gustando más, es un planteamiento que parte un poco de esa base.
Y bueno, en el próximo capítulo tendremos a David de nuevo y veremos cómo va él descubriendo este mundo.
¡Un abrazo!
Holaaaaaaaaa... como extrañe la historia.... tambien me parecio muy cortito ojala actualicen pronto quiero saber como lo lleva David.... ya que ambos el mundo se les torno patas para arriba....La reacciones de Gabriel son muy divertidas dentro de lo loco que se ha transformado todo no se separa de su cigarro y tazon.. jajajajajaja.. espero que nos puedan explicar con detalle que es guardian de que se trata.....
ResponderEliminarUn abrazo grande
jo! digamos que por aquello de la edad me senti rejuvenecida, ya que los 20 los pase hace bastante jejejejejejejejeje, estoy a la edad de jesucristo, lo curioso es que muchos no creen.
ResponderEliminarHola!!! he sido tu lectora hace bastante y me hace inmensamente feliz que hayas vuelto^^, no tienes idea de como amo esta historia y me hubiese roto el corazon que no la hubieses continuado jejeje.
ResponderEliminarPero bueno tonterías a parte, adore este capitulo, tengo que confesar que mi personaje favorito es Gabriel estoy completamente enamorada de el jejejeje y ni vieras como me reí imaginándolo en ese mundo post-apocalíptico relajado pensando que se había vuelto loco, pero no, el solo esta loco por cierta personita jijijij, y ahora pasamos de ese super sexy profe universitario a un guardián poderoso y medio violento (eso me gusta :p) y encima mato a Lieren de nuevo es Dios!! ahora solo espero los próximos capis para saber mas de todo este asunto y ademas encontrarme de nuevo con nuestro Cain!!!.
En fin sin darte mas lata, solo me queda decir que te admiro montones y que esta historia me tiene completamente a su merced, tienes una admiradora nueva que no se va a perder nada que escribas creeme!! hay tan pocos buenos autores que me vas a tener pegada a ti quien sabe cuanto!!
Gracias por escribir.
Mil besos...
Hola Lisa! Muchas gracias por tu comentario y por seguirnos ^^ me alegro mucho de que te estén gustando las historias. El pobre Gabriel las está pasando putas como decimos aquí, jajajaja, pero bueno, es que son muchos cambios para una mente cuadriculada como la suya.
ResponderEliminarNos vemos pronto con la próxima actualización. ¡Un abrazo!