lunes, 1 de octubre de 2012

Flores de Asfalto: El Despertar — XXXI


26 de Abril —David

Cuando volvió a abrir los ojos, estaba de nuevo en el sofá de piel. El intenso dolor de cabeza, como un martilleo en las sienes, se había multiplicado. El fluorescente del techo y su luz fantasmagórica, los rostros de sus amigos y de aquellos otros dos, los desconocidos que ya no eran tan desconocidos, le rodeaban con expresiones dispares. Ruth estaba claramente preocupada. Samuel, confuso. Oscar, tranquilizador. Eric, pagado de sí mismo. Y Berenice cabreada. Sus tres amigos también tenían aspecto de acabar de despertar de un desmayo: ojeras marcadas, cabello despeinado.

“No te detengas a analizarlo”, se dijo, obligándose a apartar la mirada de la puerta abierta. Ahí afuera la luz era extraña, irreal. O quizá demasiado real.

—¿Estás bien, David?—preguntó Ruth, solícita.

—Estoy… ¿qué ha pasado?

—Te desmayaste. Todos nos desmayamos, en realidad.

David asintió, aun sin entenderlo demasiado. Luego intentó prestar atención a la conversación que mantenían Eric y Oscar.

—Esto no es muy progresivo—estaba diciendo Oscar—. Tal vez habría que hablar más sobre ello.

—¿Y qué quieres que haga? No es que me hayan dejado muchas opciones—replicó Eric, a quien iban dirigidas aquellas palabras. Luego miró a David y le puso la mano en la mejilla, como si quisiera comprobar su temperatura—. ¿Te encuentras mejor?

El chico contuvo una arcada y fulminó con la mirada a Eric. Después se incorporó, apartando sus dedos de un manotazo, y apoyó la espalda en el respaldo del sofá. Como invocada por su movimiento, Ruth se sentó a su lado y le agarró la mano con fuerza.

—Estoy de maravilla. —Tenía frío. Se abrazó a sí mismo, consciente de los ligeros temblores que le sacudían los dedos de vez en cuando. Necesitaba un cigarro, entre otras cosas. —Unas putas vacaciones, eso es lo que es esto.

Eric hizo una mueca de desagrado al escucharle.

—No te pongas sarcástico.

—No te ofendas, pero me voy a poner como me dé la gana—le espetó David—. Y ahora, explicaciones. Y procurad hacerlas con tacto y delicadeza, porque creo que voy a vomitar.

Samuel se sentó a su derecha, en el lugar libre. Le dio un par de palmadas en el hombro.

—Tranquilo, yo ya lo he hecho.

—La culpa es tuya—soltó Ruth, de repente, mirando a la chica de la falda azul neón—. ¿No podías esperar a que ellos hablaran, a que entendiéramos algo?

—¿Perdona?

Berenice parpadeó, sorprendida.

—No tienes paciencia ni tacto ni… has tenido que abrir la puerta. ¡¿Por qué nunca puedes pensar antes de hacer las cosas?!

Había ido alzando la voz progresivamente en la última frase, hasta que terminó gritando. Berenice compuso una expresión de asombro que después se tornó en rabia al sentirse atacada. Golpeó la pared con el pie antes de ponerse a gritar también.

—¿Cómo que es mi culpa? ¡Cómo iba a saber nada de esto! Yo también soy nueva aquí, ¿sabes? Si quieres culpar a alguien culpa a estos dos imbéciles.

Ruth, la tranquila y sosegada Ruth, siempre dispuesta a escuchar, se puso en pie y señaló a su amiga con agitación.

—¡Siempre tienes que joderlo todo! ¡Eres igual que en el instituto, siempre forzando las cosas, incapaz de dejar que todo siga su curso! ¡Precipitándolo todo! ¿Es que nunca piensas en los demás?

—¿Y eso me lo dices tú, que eres incapaz de dar un paso sin que nadie te empuje? Te estás portando como una zorra conmigo, y lo sabes, y tienes suerte de que yo piense lo suficiente en los demás como para no ponerme a tu altura.

David se tapó la cara con las manos. De pronto, Samuel intervino y la discusión aumentó de tono. Él ni siquiera escuchó las palabras exactas que se decían, solo oía ruido, ruido vibrante e insistente que le provocaba más náuseas. Ruth se sintió acorralada cuando Samuel intentó poner calma y se volvió contra él. Eric también empezó a vocear. A David parecía latirle el cerebro dentro del cráneo. Era como si el lenguaje hubiera perdido el sentido, como si ellos hablaran en un idioma de repente incomprensible. Cuando se le mojaron los dedos, se dio cuenta de que se le habían saltado las lágrimas. “Ya basta. Dios.” Todo aquello era horrible. Una maldita pesadilla. Quería estar con Gabriel. Necesitaba tenerle al lado en aquel preciso momento. Su ausencia se volvió más hueca y vacía. “Ya basta. Ya basta.” Le vino a la cabeza el rostro de Lieren, la imagen de Lea, el chorro de sangre, sus zapatos descolgándose. Los ojos y los dientes, acechando, buscándole debajo de la cama.

—¡Parad de una vez!

Hubo más gritos y, de pronto, sonó una bofetada. David se destapó los ojos, sobresaltado. Berenice tenía una mano en la mejilla. Ella y Ruth se miraban, sorprendidas.

“No, por favor”. Dolía por dentro. “Todo se está destruyendo. Todo se viene abajo”. Ruth se había puesto pálida. Se llevó los dedos a los labios, dando un paso atrás. Negó con la cabeza y los ojos oscuros se le cuajaron de lágrimas.

Berenice reaccionó de inmediato. Se acercó a abrazarla y la dejó llorar sobre su hombro.

—Ya está. No pasa nada. Todo saldrá bien. No pasa nada, Ruth.

Samuel se acercó después y las abrazó a las dos.

—Estamos todos muy tensos—murmuró Eric.

—Gracias por la obviedad.

David sentía que volvía a marearse. Afortunadamente, la bofetada y el posterior gesto conciliador de Berenice parecían haber actuado como un revulsivo y las voces se habían silenciado. El ambiente denso y agresivo se había disipado y ya no enmascaraba la realidad que latía detrás de todo eso: el miedo, la vulnerabilidad ante lo desconocido.

Desde la puerta abierta entraban nubes de polvo rojizo que parecían deshacerse bajo la luz pálida del fluorescente. David tenía el sabor de la bilis en la boca y una sensación de profunda inquietud en alguna parte entre el estómago y la garganta. Estar rodeado de sus amigos le confortaba y también la mirada serena de Oscar, que parecía estar muy pendiente de él en todo momento. A través de los largos segundos que siguieron al enfrentamiento de Ruth y Berenice, mientras todo volvía a ajustarse entre ellos, David fue encajando poco a poco la situación en la que se encontraban. “Si para mi no es fácil, que siempre he sabido que esto es un infierno, no puedo imaginarme cómo es para ellos”, meditó, echando una mirada a Samuel. El joven había perdido por completo su pose de caballero victoriano. Se pasaba la mano por el pelo y había una huella de inseguridad en sus ojos oscuros.

Finalmente, como por un acuerdo tácito, los chicos volvieron a sentarse en el sofá. Esta vez, inconscientemente, lo hicieron más apretados, bien cerca unos de otros, buscando instintivamente reconfortarse mediante el contacto.

—Perdonad—dijo David al cabo de un rato, mirando a los dos anfitriones de tan atípica reunión—. Supongo que esto es … más o menos normal.

Eric asintió. Oscar esbozó una sonrisa tenue.

—No hay de qué disculparse.

David asintió y luego hizo un gesto vago con la mano libre. La otra estaba estrechando los dedos ateridos de Ruth.

—Adelante, habladnos de todo esto—pidió, resignado—. No creo que estemos menos preparados que antes.

Los dos músicos se miraron un momento y luego dejaron pasar unos segundos de silencio. Nadie se levantó a cerrar la puerta. Cuando Eric comenzó a hablar, su tono era calmado y lo hizo despacio, dejando lugar a pausas para que fueran asimilando la información.

—No sabemos desde cuándo son así las cosas—comenzó, repentinamente abatido, con el semblante grave—. Tal vez haya sido así siempre, o no. Algunos hablan de una guerra, sobre todo los más mayores, o los que tienen acceso a fuentes de información, pero no hay nada claro. Podría ser un bulo.

—Yo no recuerdo ninguna guerra—dijo Samuel, removiéndose inquieto en el brazo del sofá. Su aspecto anticuado era aún más chocante en una situación como aquella.

—No, yo tampoco—admitió Eric—. Es sólo un rumor, pero el hecho es que no sabemos cuánto hace que esto es como es. La ciudad, todo. —Hizo una pausa y se frotó la nariz. David creyó ver algo de confusión en sus gestos, en su actitud. Había perdido parte de su seguridad en sí mismo, como si por mucho que se hubiera preparado el discurso, ahora le costara encontrar las palabras. —La mayoría de la gente que vive aquí está dormida. Hipnotizada. Es por la niebla roja y por lo que hacen los ilusionistas.

—Espera, ¿hipnotizados? ¿Ilusionistas?

Fue Berenice quien interrumpió. Oscar asintió con la cabeza y tomó la palabra.

—La ciudad entera está bajo el control de un grupo de criaturas depredadoras. Son seres deformes, pesadillas, monstruos. No son humanos. Se llaman “La Organización” y controlan los edificios del centro y las zonas más importantes.

Hubo una larga pausa. Alzamientos de cejas y fruncimientos de ceño. Berenice volvió a preguntar.

—Así que… no son humanos. —No parecía creérselo del todo. —¿Y entonces qué son? ¿Y de dónde salen? ¿Son extraterrestres?

—No lo sabemos. —Esta vez fue Eric quien respondió. Al girar el rostro hacia Berenice, la luz incidió en él de un modo diferente y le hizo parecer menos siniestro, como si los rasgos se le hubieran suavizado. —Algunos son muy orgánicos pero otros parecen algo así como medio cyborgs. Tienen cables, tubos y una sustancia química similar al líquido de las baterías en la composición de sus fluidos.

—¿Cómo sabéis eso?—interrumpió Samuel, suspicaz.

—Se han analizado algunos cadáveres.

Hubo otra pausa. En la mente de David se formó una nueva duda, pero casi inmediatamente se la respondió él solo. Se mordió el labio y meditó unos momentos sobre si formularla o no.

—¿Y qué es lo que hacen esos tíos?—preguntó al fin.

Tenía que saber si estaba en lo cierto o no. Y además, sus amigos no tendrían la menor idea de todo aquello, de los monstruos y del horror que él siempre había intuido de alguna manera.

—Se alimentan de la gente. —Las palabras de Eric provocaron un nuevo silencio sepulcral. —La gente de la ciudad está hipnotizada—continuó—, y la ciudad en la que creemos vivir es un escenario, un decorado creado por los Ilusionistas, que trabajan para la Organización.

—Las pesadillas pueden alimentarse de la gente que permanece en este estado de hipnosis o de inconsciencia—añadió Oscar—. A esa gente, nosotros les llamamos durmientes. Vosotros erais durmientes hasta hace un rato. Vivíais en ese mundo ficticio sin saberlo.

—¿Quieres decir que estábamos dormidos, o algo así?—intervino entonces Ruth, inclinándose hacia delante—. Pero eso no tiene ningún sentido. Yo recuerdo perfectamente todo lo que he hecho hoy, lo que hice ayer. Todos mis actos están conectados y son consecuencias unos de otros, no es como si lo hubiera soñado, es real.

—Claro que lo es, es real en ese escenario. Lleváis la misma ropa, tenéis el mismo aspecto… bueno, mas o menos. Sin embargo, lo que os rodea es diferente a lo que creéis ver.

Berenice frunció el ceño.

—¿Significa eso que cuando me levanto por la mañana, abro la nevera y me como una manzana, la nevera, la manzana y mi casa no existen?

—Algunas cosas sí, y otras no—trató de explicar Oscar—. Es complejo. No todo lo que está es, ni todo lo que es, está.

De nuevo silencio. La chica de la falda neón se hundió un poco en el sillón y les miró a todos con expresión de hastío.

—Supongo que lo comprenderéis mejor cuando estemos fuera—añadió Eric—. Nosotros, los que estamos despiertos, formamos parte de un grupo de resistencia. Nos llaman “los desvelados”, o a veces simplemente “la resistencia”.

David apretó un poco los dientes. Un temblor de ansiedad comenzó a sacudirse dentro de su pecho. ¿Cuando estuvieran fuera? Eso no le gustaba nada. Lo último que quería era volver a cruzar esa puerta terrible. No, prefería las tranquilas explicaciones en la sala de la luz blanca; era como si le contaran una historia, como escuchar un cuento. Como el puto argumento de un maldito videojuego. No tenía por qué jugar, esa era la verdad. Y no quería.

—Entonces, tenemos a esos monstruos de La Organización, a vosotros, que sois la Resistencia, y a los Durmientes—recopiló Samuel, pensativo—. ¿Cómo es que vosotros no sois presa de esa hipnosis colectiva?

—Hay muchas formas de despertar—explicó Oscar, cruzando los dedos. No había perdido la calma en ningún momento. David le envidiaba. —Lo que hace a los seres humanos caer en ese estado de letargo es una combinación de tóxicos que se dispersan en el ambiente, la niebla roja que habéis visto ahí afuera. La exposición prolongada a esa niebla actúa como… parecido al peyote. ¿Sabéis lo que es?

Hubo algunos cabeceos de asentimiento.

—Sin embargo, ¿todos alucinan con lo mismo? ¿O no?

—Sí, el escenario es el mismo para todos—reenganchó Eric—. La niebla es el agente que induce al letargo a las conciencias humanas, pero también es el lienzo de fondo, el placebo en el que los Ilusionistas mantienen el espejismo, que es el mismo para todos.

—En cuanto al despertar, algunos despiertan espontáneamente a causa de factores casuales, externos o internos. Una enfermedad, un accidente de tráfico, un shock emocional… todo eso puede agitar la consciencia y hacer ver más allá de la ilusión. Yo, por ejemplo, tuve un despertar espontáneo a causa de mi enfermedad.

—A mi me despertaron—Eric sonrió a medias—. Los Vigilantes.

Una vez más, los amigos intercambiaron miradas de confusión. Pero esta vez, David no apartó las pupilas de Eric. Un latido violento le había hecho saltar el corazón en el pecho y empezaba a sentirse enfermo de nuevo. Era una maldita montaña rusa que no parecía ir a detenerse jamás. El joven músico del cabello rizado le observaba también, con fijeza. Sus grandes ojos parecían incitarle, con cierto brillo burlón, a expresar lo que sentía, lo que pensaba, a dar las respuestas que conocía a todos aquellos misterios.

—¿Quiénes son los Vigilantes?—preguntó David, en cambio.

Eric suspiró, como si se hubiera decepcionado.

—La Organización lo controla todo, o casi todo, en la ciudad. La Resistencia somos una minoría perseguida. Las pesadillas nos dan caza día y noche y nos obligan a entrar de nuevo en letargo, o bien nos destruyen. Sin embargo y por suerte, no estamos solos.

—Los Vigilantes son lo opuesto a la Organización—prosiguió Oscar, recogiendo el testigo de su compañero—. Son aliados de la Resistencia, aunque son un grupo muy independiente. Y nosotros también, a decir verdad. Según ellos, su función es salvaguardar el libre albedrío humano y apoyarles si deciden luchar por sus almas.

—Espera. ¿Hablamos de almas?—interrumpió Ruth—. ¿En qué momento esto se ha convertido en una cuestión espiritual?

—Eso tendrías que preguntárselo a ellos. —Eric se encogió de hombros. —Siempre se expresan en esos términos. Supongo que es una metáfora sobre la libertad, porque nosotros no hemos visto ni sabido nada sobre almas ni hechos místicos en todo este tiempo.

Ruth asintió con la cabeza, aunque no parecía muy convencida. Nadie dijo nada durante un rato, cada cual sumido en sus propias reflexiones. A David el pulso se le había acelerado aún más, y aunque las náuseas y el mareo habían desaparecido repentinamente, éstos habían sido sustituidos por una extraña sensación de ingravidez y una súbita necesidad de acción.

—¿Queréis preguntar algo más?—inquirió Oscar, amablemente.

—Yo sí. —Berenice arrugó la nariz y lanzó una mirada directa hacia Eric. —¿Qué es lo que pasa con David? ¿Por qué era tan necesario hablar con él de esto y despertarnos a todos?

El chico inspiró profundamente y dedicó una mirada amenazadora a su amiga. Había deseado tanto olvidar aquel detalle que lo había logrado, pero la chica de la falda de neón no parecía dispuesta a dejarlo pasar tan fácilmente. Cerró el puño y volvió súbitamente el rostro hacia Eric, lívido y con la saliva acumulándose en su paladar. El chico del pelo rizado apoyó los codos en los muslos y unió las yemas de los dedos, buscando las palabras durante unos segundos antes de comenzar a hablar.

—Al contrario que La Organización, que está compuesta por criaturas depredadoras no humanas, o no del todo humanas, todos los miembros de los Vigilantes son personas normales. Personas normales con dones especiales. Por ejemplo, hay augures, capaces de ver el futuro y de propiciar que ocurran unos sucesos u otros, y hay ensalmadores que pueden curar heridas y enfermedades, aplacar el alma y la mente. Luego están los Guardianes.

—Los Guardianes son combatientes, protectores—continuó Oscar—. Son los únicos que tienen la fuerza y los medios para enfrentarse a las criaturas más poderosas de La Organización, por lo que se trata del cuerpo de combate de élite de los Vigilantes, o eso tenemos entendido. Sin embargo, para que un Guardián llegue a desarrollar el máximo de sus capacidades, necesita de un Awen.

Eric volvió a tomar la palabra.

—Los Guardianes y los Awen siempre van en parejas. Cada Guardián tiene su Awen, al que están… ligados o unidos de alguna manera, y los protegen con su propia vida.

—No sabemos muy bien cuál es el don de los Awen. No hemos tenido ocasión de ver muchos, pero La Organización los codicia. Por eso es importante despertar a todos los Awen que siguen en letargo. De alguna manera, son importantes para ambos bandos y mientras siguen siendo durmientes corren peligro.

—Para el carro. ¿Estáis diciendo que David es un…eso? ¿Un awen?

Berenice alzó las cejas, entreabrió los labios y por un momento, David pensó que iba a echarse a reír. Y lo deseó. “Ojalá. Ojalá rompa en carcajadas, y todos se rían y todo esto no sea más que una estúpida broma, una tontería, una maldita y jodida broma de mal gusto.” Quería irse a casa. Quería dormir. Seguro que si se dormía, al despertar todo habría vuelto a la normalidad.

—Es difícil de asimilar, pero… sí, básicamente eso es lo que queremos decir—afirmó Oscar, con su eterna serenidad.

—Ya. Entiendo.

Las miradas fueron volviéndose poco a poco hacia él. David se pasó los dedos por el flequillo y se lo apartó hacia un lado, componiendo una mueca de forzada indiferencia.

—No sé de qué estáis hablando, la verdad.

En su mente, los recuerdos parecían empujar insistentemente, luchar por abrirse camino y estallar. Él los detenía una y otra vez. La señora Lea. La sangre estrellándose en el suelo. Los zapatos saliéndosele de los pies y cayendo sobre la sangre. Los ojos insidiosos, los dientes afilados.

La casa en el barrio de clase media, la casa del cuadro del ángel.

El hombre.

Se negó a cerrar los ojos, se obligó a seguir fingiendo que estaba más allá de todas esas cosas, que no comprendía nada. Su vida había sido extraña, cruel y absurda. Siempre había sabido que nada era real, pero solo se había atrevido a admitirlo en esas ocasiones en las que la droga le ofrecía un refugio seguro al que escapar. Ahora podría volver a hacerlo, enfrentarse a ello, si Gabriel estuviera ahí. Se lo imaginó sentado a su lado, mirando a Eric con cara de querer partirle la cabeza. Se lo imaginó haciéndose con el control de la situación y dándole orden y sentido a aquel montón de mierda, porque para David era un montón de mierda que le habían tirado a la cara.

Pero Gabriel tampoco estaba allí. Sin embargo, Oscar sí, y fue él quien, con una sola frase, evitó males mayores.

—Bueno, poco a poco. Ahora será mejor que os dejemos solos un rato—propuso, poniéndose en pie y dándole un toquecito disimulado en el hombro a Eric. Éste captó la insinuación y se levantó también—. Estaremos en la sala de ahí al lado. Seguramente os surjan más preguntas. Haremos todo lo posible por daros respuesta siempre que podamos.

—Tomaos vuestro tiempo—añadió Eric—. Y no dejéis esa puerta abierta. Entra la niebla.

Los dos amigos salieron de la habitación y dejaron solos a David, Berenice, Ruth y Samuel. De pronto, el cuartucho parecía aún más frío. David reparó en los desconchones de la pared, en las quemaduras de cigarro de la tapicería. De repente todo parecía viejo, desangelado y sucio. “¿Ha estado todo el rato así?”, se preguntó. Al mirar a sus compañeros, también encontró signos de deterioro en sus ropas y marcas de cansancio aún más pronunciadas en sus rostros. La falda azul neón de Berenice seguía estando perfecta, con el brillo plastificado del vinilo. Sin embargo estaba muy despeinada y parecía demacrada, pálida, ojerosa.

—¿Tenéis un espejo?—murmuró.

Ruth rebuscó en su bolso. Al meter la mano, pareció sorprenderse.

—Juraría que llevaba más cosas aquí—dijo, a media voz. Finalmente sacó un pequeño espejo de bolsillo cerrado que le tendió a su compañero—. Ten. No te preocupes, estás perfecto.

La chica esbozó una débil sonrisa, con intención de animarle. Ella también estaba despeinada y tenía la piel muy blanca y mortecina. Su ropa aparecía deshilachada. En cambio, la levita de Samuel seguía siendo la misma.

—¿Qué pensáis de todo esto?—dijo éste, sacudiéndose las solapas distraídamente—. No quisiera ser agorero pero parece que, si lo que dicen esos iluminados es cierto, nuestras vidas van a dar un giro al menos en cuanto a percepción.

—Un giro, sí—dijo David, abriendo el espejito—. Habrá que ver si lo que dicen no es una sarta de mentiras. A lo mejor nos han drogado para robarnos. O violarnos.

El espejo le devolvió su imagen y la siguiente réplica mordaz murió en su garganta. “Estás perfecto”, había dicho Ruth. Sin embargo, no había imaginado hasta qué punto lo que decía era cierto. A diferencia de sus amigos, su rostro mantenía una suave luminosidad, saludable y lustrosa… mucho más saludable de lo que él mismo recordaba. La sombra de ojeras que siempre solía acompañarle, recuerdo de una precipitada desintoxicación, de las noches de insomnio y del proceso de adaptación a su nueva vida había desaparecido por completo. Su pelo parecía más suave y brillante y los ojos resplandecían con una vividez que David nunca antes había sido consciente de poseer en ellos. El iris verde esmeralda destellaba como una joya, hasta el punto de que la ficticia luz que emanaba de ellos enturbiaba la negrura de la pupila.

Parpadeó, reconociéndose, maravillado. Se tocó las mejillas y los labios y luego se dirigió a los demás.

—Esto es muy raro, tíos.

Ellos intercambiaron miradas inquisitivas.

—¿El qué?

—¿No me notáis nada diferente? —Negaron con la cabeza. A David le regresaron las taquicardias. —Venga ya. El pelo, los ojos… es como si acabara de salir de un maldito taller de chapa y pintura.

—Estás como siempre—le contradijo Ruth, extrañada.

Miró a Samuel. Éste le estaba recorriendo el rostro con los ojos, como buscando alguna novedad en él. Ansiosamente, se giró hacia Berenice. Ella no le engañaría y no se callaría nada por compasión o temor a herir sus sentimientos. Pero Berenice se limitó a encogerse de hombros y a subir los pies a su sillón, enseñando las bragas descuidadamente al hacerlo.

—No sé que te ves de raro. Es tu careto de siempre.

—Tienes las botas desgastadas—le espetó él, señalándola, como si así pudiera hacerle ver la evidencia—. Y el pelo hecho un asco. Mírate.

Le lanzó el espejo por los aires y Berenice lo atrapó al vuelo. Luego se miró y palideció.

—Joder, es verdad.

—Y Ruth. Y Samuel. ¿No os lo notáis unos a otros?

—¡Ahora sí!—exclamó Ruth, agitadamente, con la vista fija en su amiga—. Es verdad. Tienes ojeras, y pareces enferma. Pero hace unos segundos no… ¡Rápido, dame el espejo!

David tragó saliva. Luego se levantó precipitadamente y fue hacia la puerta. Echó un último vistazo al exterior, a aquel infierno de humo ocre y edificios retorcidos y cerró con tanta fuerza que el sonido de metal estuvo retumbando en los oídos de todos durante segundos enteros, con más intensidad de lo natural, provocando ecos y ecos. Los ojos asustadizos de pupilas dilatadas se buscaron unos a otros cuando el fluorescente empezó a parpadear.

Al regresar el silencio, solo roto por sus respiraciones, la luz del techo se estabilizó. La voz débil de Ruth sonó como un murmullo fantasmagórico y lastimero.

—¿Qué demonios está pasando, chicos?

—Es la niebla—dijo David. Se apoyó en la puerta, apretando los dientes. “¿Nunca has tenido la sensación de estar flotando entre las nieblas de un sueño?”. Las palabras de Eric en aquel cuarto de baño le volvieron a la mente. —Es esa niebla asquerosa, que nos impide ver las cosas como son.

—Quizá deberíamos salir—dijo de repente Berenice.

Ruth aún tenía el espejo en la mano. Parecía poco dispuesta a moverse a ninguna parte, apocada y angustiada. Se tocaba el cabello.

—No creo que sea buena idea.

—Yo tampoco—apoyó él—. Es demasiado. Y demasiado rápido.

—Bueno, pero no estamos solos. Tal vez, si damos una vuelta por ahí afuera con Ricitos y Atontado, podemos ir encajando piezas, ir… yo que sé, acostumbrándonos.

—¿Acostumbrándonos? ¿Es que quieres acostumbrarte a eso de ahí afuera?—le espetó, casi escandalizado.

En su interior comenzaron a dispararse las alarmas. Creía saber lo que estaba a punto de pasar, y cuando vio a Berenice caminar decididamente hacia la puerta de madera tras la que habían desaparecido Eric y Oscar, se le hizo un nudo en la garganta. “Maldita niñata estúpida. ¿Es que no se da cuenta de que es el infierno? ¿Por qué, por qué tiene que hacerlo todo de este modo? Ruth tiene razón. No se puede ir así por la vida, algún día le ocurrirá algo terrible”.

Berenice empujó la hoja de madera. Oscar y Eric no tardaron en aparecer por ella, con expresión de asombro.

—¿Seguro que no queréis algo más de tiempo?—dijo el pelirrojo.

—No—espetó Berenice, decidida—. Yo no quiero más tiempo. Ya sé que todo esto va de David, de que es un awen de esos y todo ese rollo que nos habéis contado, pero a mí me sobran las palabras. Quiero ver las cosas por mí misma. Quiero sacar mis conclusiones, tomar mis decisiones y tomar partido.

David apretó el puño. Los dos anfitriones se miraron entre si, luego a la chica y luego a los demás. Esta vez fue el turno de Eric.

—Pero, ¿no preferís hacer esto juntos? Quizá deberíais hablarlo, reflexionar…

—Yo ya no espero más. —Berenice caminó con las zancadas más largas que sus piernas le permitían y agarró el picaporte de metal—. Quiero salir afuera. Todo esto de prepararse mentalmente y de comportarse como pobres tipos traumatizados no va conmigo. Puede que no sea ningún awen o como quiera que se llamen, y puede que esta historia ni siquiera sea la mía, pero estoy dentro de ella, de este… algo, lo que sea. Y pienso hacer mi propio camino aquí. No me conformo con estar a remolque de este niño mimado y cobarde.

El discurso atropellado de Berenice cayó sobre él como cargas de profundidad. Le sacudió por dentro y le hizo sentir vergüenza y rabia. Apretó los dientes y aguantó las miradas de circunstancias de los demás.

Eric se había acercado a Berenice y le había puesto la mano en el brazo, conminándola a aguardar. Ella les miró con sus ojos oscuros y resplandecientes. Les miró a todos ellos, uno a uno, despeinada y decidida. Samuel fue el primero en levantarse y colocarse junto a su dama. La chica alzó la vista hacia él y el enardecimiento de su expresión se dulcificó. El chico de la levita se inclinó para besarle la frente, un beso tan afectuoso y casto que casi podía ser creíble aquella eterna cantinela de que en realidad no eran novios.

Ruth dudó un poco. Finalmente se levantó, tirando de la mano de David para reunirse con ellos junto a la salida. David la soltó. “Maldita sea. Os odio. Joder.”

—¿Qué hacemos?

Eric miró a Oscar. Oscar se encogió de hombros.

—Si están decididos… —Luego se volvió hacia la sala contigua—. Voy a por los filtros. Estar mucho rato ahí afuera sin ellos es contraproducente.

—Estáis locos—dijo David, hundiéndose más en el sofá, aferrándose a la piel de la tapicería como si fuera su último clavo ardiendo antes de un terrible e inevitable salto al abismo—. Estáis todos locos.

Oscar volvió a entrar, con un puñado de máscaras colgadas de su brazo por las correas. Había una mascarilla negra de soldador, un par de máscaras de gas con visores de cristal y otras tres que sólo cubrían la nariz y la boca. Algunas estaban raspadas y un poco viejas, pero todas parecían funcionales. Entregó una a cada uno y después se quedó con la sobrante… y otra más.

Conforme iban equipándose, miraban de soslayo a David de vez en cuando.

Empezó a darle jaqueca.

—En serio. Estáis de psiquiátrico.

Berenice levantó la barbilla e hizo una mueca de desdén. Luego giró el picaporte y volvió a desbloquear la salida de un fuerte tirón. Las bisagras giraron, el sonido del metal rozando contra el suelo zumbó como un enjambre, y un rizo de niebla roja penetró en la habitación.

—Mira, puedes pensar lo que quieras, pero las cosas son como son. Ahora mismo tienes dos opciones: cerrar esta mierda de puerta y quedarte ahí adentro fingiendo que no ha pasado nada... o venir aquí, seguir adelante con nosotros y darle una patada con estas botas sonrientes al mundo que tenemos delante. Tu verás, bonito.

Oscar le tendió la mascarilla, con una invitación en la mirada. Comprendía que todos le estaban esperando. Pensó en Gabriel y se armó de valor, apartando las uñas del sofá y poniéndose en pie. Curiosamente, a pesar del miedo y la angustia que sentía, una sensación de liberación y una emoción extraña, de descubrimiento y magia, se abrieron también camino entre sus emociones y se amalgamaron con las demás.

Se colocó la máscara. El pelirrojo le ajustó las correas solícitamente. Cuando le miró a través de los cristales de aquel casco estrafalario, le pareció un insecto de mirada dulce. Todos ellos parecían insectos con esa cosa en la cara.

—¿Estáis listos?—preguntó Eric, el insecto del pelo rizado.

“Como si eso importara. Como si pudiera estarlo”, pensó David, amargamente. Dirigió la mirada hacia las botas de Berenice, donde las caras amarillas sonreían. Respiró hondo a través de los filtros y echó a andar detrás de sus compañeros hacia la escalera de incendios de la azotea.

Más allá, donde se extendía la ciudad, la neblina ocre se espesaba y parecía engullirlo todo.

. . .

© Hendelie

3 comentarios:

  1. Hola!!! gracias por el capitulo, y por la explicación primaria de toda esa loca situación!! Por supuesto Berenice pone las cartas bien abiertas sobre la mesa y sabe lo que se tiene que hacer!! yo probablemente estarías como David hundiéndome en el sofá del jodido susto, por lo cual admiro su valentía y determinación!!

    Y bueno ahora a enfrentar la ciudad, a los bichos raros, a la neblina y cuantas cosas raras mas aparezcan :p, y me gusta la palabra Awen, me recordó al señor de los anillos por alguna razón hehe, pero sabes que estaba esperando? a que alguien preguntara, ¿y quien es el guardián de David?, pero supongo que eso sera a su debido tiempo jojojojo.

    Gracias de nuevo por esta genial historia^^
    Mil besos!!!

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  2. La verdad es que Berenice se sale. Yo estaría también como David, o peor, me enroscaría sobre mi misma en posición fetal y de ahí no me moverían jajajajaja. A mi personalmente me ha encantado el detalle de que David siempre se haya visto un aspecto diferente al que se ve ahi en el "mundo real" cuando realmente sus amigos y todo el mundo le veía tan precioso como se le ve ahí.

    Y qué bien que David tiene ahi a sus amigos, creo que sin ellos esa situación sería más terrible de lo que es en si, y Berenice es un gran impulso para todos :D

    Besitos!

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  3. HOLA CHICAS!!!!
    hoy ya tuve un tiempo para escribirles, no piensen que no estoy al tanto de la historia pero mi vida real , mi trabajo y los viajes entre ciudades son mi pan de cada dia y desde hace un mes siento que ando con cansancio cronico, pero ACA ESTOY!!!!!!.
    bueno, me ha encantado Berenice su practicidad ( que envidiable) y su adaptabilidad me han sorprendido, pero eso quiere decir que la chica es un personaje contundente, fuerte y una guia para todos los chicos, super interesante.
    Adicional que la apariencia de David confirman lo bello que es espiritualmente, no me imagino como reaccionara Gabriel cuando lo vea, que emocion!!!!, ahora si estos dos pueden hacer frente ante cualquier obstaculo, solo por el hecho de estar unidos.
    y tambien me ha encantado los fragmentos que colgaron, esto es un vicio , creo que al finalizar "el despertar" ya estare enganchada con la salamandra.............ME ENCANTA!!!!!!!!!!!1
    y bueno chicas sin mas, ya saben que estoy super al tanto de todos sus moviemientos, je. un abrazo para ambas y gracias por hacernos felices.

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