martes, 12 de agosto de 2014

Flores de Asfalto: La Salamandra — Escena 24

Escena 24 toma 1


Durante las horas siguientes, la ciudad fue presa de una agitación febril. Como un cuerpo enfermo luchando por sobreponerse, la niebla lo engulló todo, convirtiendo las calles en oscuros túneles infestados de humo.

Desde la casa de Alex, todo eso parecía estar ocurriendo en otro mundo, en otro lugar. Se oían explosiones de cuando en cuando, elevándose por encima del ruido de los ventiladores y los reactores. Yo aguardaba, pegado al cristal de la ventana, con el teléfono de Lot en la mano, inquieto.

Ya os he hablado antes de esa sensación, ¿no? La que siempre tuve. La de inminencia. Pues en aquellos instantes era más fuerte y aterradora que nunca. Me sentía como si estuviera al borde de un precipicio, percibiendo la tormenta a mi espalda, avanzando inexorable. 

Lot estaba tumbado en el sofá. De vez en cuando le escuchaba respirar con fuerza o agitarse, presa de una convulsión, pero los síntomas iban disminuyendo conforme pasaba el tiempo. Yo no tenía ninguna razón para saberlo, pero intuía que aquellos eran los efectos que tenía en él el hecho de volver a estar completo. O todo lo completo que podía permitirse. Así que, mientras él terminaba de superar la reacción, yo aguardaba junto a la ventana, esperando alguna nueva llamada, más noticias de Liam, de quien fuera… asustado e impotente y pensando que todo estaba siendo un enorme error, arrepintiéndome de todas las decisiones tomadas. En resumen, lo que hace uno cuando está acojonado.

Una parte de mí quería volver al sofá y estar a su lado, ayudarle a pasar por
aquello. Pero no había nada que pudiera hacer y a Lot no le gustaba la compasión. Al principio había intentado decirle palabras cálidas y sujetarle la mano, pero me había mandado a la mierda con una rabia que yo no le había conocido hasta entonces. Su rostro iba perdiendo poco a poco esa naturaleza artificial y extraña que tanto me había inquietado, volviéndose más real, más humano. Pensé que eso iba a gustarme, pero me di cuenta de que su desprecio era aún peor ahora. Así que no quise exponerme a más salidas de tono y me batí en retirada.

Recuerdo esas horas como una mezcla de tensión, soledad e incertidumbre. Al otro lado no se veía otra cosa que niebla ocre y las oscuras siluetas de los edificios colindantes. Tenía hambre y empezaba a ponerme nervioso, cansado ya de esperar y no hacer nada, cuando al fin mi compañero se incorporó, cansado y con gesto de molestia. Se miró el traje y lo sacudió, sacando la pitillera y encendiéndose un cigarro.

—Se ha arrugado.

Me volví hacia él, dibujando media sonrisa.

—Podemos plancharlo. ¿Qué tal te encuentras?

La llama del zippo bailó en la penumbra antes de desaparecer, dejando sólo el punto rojizo de la brasa como única luz en la habitación.

—Como si me hubiera pasado por encima un desfile militar. Pero… —se palpó la chaqueta otra vez y levantó la ceja— parece que no me falta nada.

—No estás tan distinto —comprobé, sin saber exactamente si eso me alegraba o no.

—¿Qué esperabas? ¿Algo como lo de la Bella y la Bestia? ¿Una transformación real? —Me encogí de hombros y él se echó a reír, sujetando el pitillo entre los dientes. Le brillaron los ojos, pero esta vez la llama que los animaba estaba viva—. Creo que tienes demasiado idealizado eso de la redención a través del amor.

—¿Es lo que ha ocurrido aquí? ¿Te has redimido a través del amor?

—No exactamente. Pero creo que se le parece un poco.

Sonreí con inseguridad. Luego me apoyé en la pared, aún mirándole de lejos. No me atrevía a acercarme demasiado. No estaba muy seguro de cómo iban a ser ahora las cosas entre nosotros.

—Bueno… ¿qué vamos a hacer? —pregunté.

Lot se puso en pie y se quitó la chaqueta arrugada, tirándola al suelo. Apenas podía ver sus rasgos en la oscuridad. La brasa de su cigarro proyectaba un débil resplandor que se reflejaba en sus iris y en la piel de sus mejillas. A través de la celosía apenas se filtraba un haz de luz sucia y rojiza.

Su silueta se movió y se acercó a mí. Bajé la mirada, turbado por su cercanía. Todo era nuevo y un poco raro cuando me tocó, deslizando los dedos por el dorso de mi mano y a lo largo del brazo desnudo. Se me puso la carne de gallina. El humo del cigarro olía a canela y sentí el calor de la brasa cercana. Luego desapareció, y su aliento amargo me acarició los labios.

—Creo que lo primero y principal es comprobar algunas cosas, ¿no te parece?

Asentí con la cabeza como un idiota. No, ciertos detalles no habían cambiado en absoluto. El magnetismo irresistible seguía vibrando entre los dos. Su piel se solapaba a la mía; podía sentir sus dedos casi debajo de mi epidermis, tocándome tan profundamente como nada lo había hecho nunca. Una energía electrizante fluctuaba entre los dos, poniendo todos mis nervios en alerta, haciéndome estremecer, despertándome el hambre.

Levanté el rostro y le miré. Seguía siendo el mismo, sí… pero ahora podía ver el fuego en su interior. Apenas nuestros ojos se encontraron, su expresión se volvió tensa y dominante y se precipitó hacia mí, asediándome con un beso salvaje. Me arrastró y me engulló igual que la niebla. Inundó mis oídos, mis ojos y mi sangre. Me agarré a él, desesperado, asfixiándome de necesidad. Bebí el aliento de su boca, tragué su saliva y mordí sus labios mientras nos devorábamos en un frenesí desesperado, empujándonos el uno al otro contra la pared y forcejeando para arrancarnos la ropa.

El mundo estaba yéndose al infierno a nuestro alrededor, pero en nuestro refugio solo importábamos nosotros. Y entre nosotros, todo estaba bien ahora. Mejor que antes. Seguramente, mejor que nunca.

Estaba ya medio desnudo, jadeando entre sus brazos y con las piernas enredadas en su cintura, intentando abrirle los pantalones, cuando empezó a sonar el teléfono.

—Déjalo —me dijo.

Sus labios quemaban en mi cuello. Me arañó con los dientes, haciéndome temblar.

—Puede ser importante —susurré.

—Déjalo —insistió él.

Dudé un momento, pero al final le hice caso. Dejé que la llamada se prolongara mientras sus manos se perdían en mi cuerpo. Solo quería tocarle, hundirme en sus ojos imposibles, sujetar el tibio peso de su erección entre mis dedos y provocarle hasta que no pudiera aguantarlo más. Quería arrancarle todos los gemidos que me había negado en aquel tiempo. Quería hacerle rendirse a mí, poseerle por completo.

No me importaba nada más.

Durante lo que quedó de aquel día o aquella noche, intenté buscar la diferencia entre aquel hombre y el que había conocido antes, sin encontrarla. Sus gestos, sus caricias, su forma de hacer el amor… el modo en que me sujetaba con fuerza del trasero mientras embestía en mi interior, la manera en que me miraba mientras lo hacía, como si fuera suyo, como si quisiera devorarme… la forma en que cerraba los ojos y apretaba los dientes al llegar al clímax... todo era como siempre había sido. Y siempre había sido perfecto.

Tardé tres asaltos en comprender que todo iba bien y que las cosas no iban a cambiar. Finalmente, me quedé tranquilo, recostado sobre su pecho, con los dedos sobre el tatuaje de la salamandra, que había quedado grabado en él y que nunca le abandonaría ya.

—¿Cómo te sientes? —pregunté, con la voz algo adormecida.

—No lo sé. Cansado.

Esbocé una media sonrisa.

—No me refiero a eso…

Lot se lo pensó durante un rato. Todo aquello debía ser bastante nuevo para él. Expresarse, hablar sobre sus emociones. Me preguntaba por qué había sido siempre así, tan cerrado, tan bloqueado tras sus propios muros.

—Me siento bien. Aunque el hecho de estar cansado me preocupa más ahora que antes. También eso de morirme, es una idea que no me gusta nada.

Torcí el gesto y levanté un poco la cabeza para mirarle. Sus dedos me apartaron el pelo del rostro con un gesto tan cálido que me conmovió.

—¿Notas algo malo? ¿Como si… se te estuvieran gastando las pilas, o algo así?

Lot se echó a reír.

—No. No, realmente no, por ahora. No más que antes, al menos.

—¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte con eso?

—Sí. Puedes hacerme un Alexander.

Iba a replicarle algo sarcástico y sexual cuando el teléfono volvió a vibrar en el suelo.  Lo miré de reojo, mientras Lot volvía a gruñir, pero esa vez lo cogí sin pensar y descolgué. Al otro lado, la voz de Nun sonaba grave y seria.

—Lot, no cuelgues, es importante.

Mi amante intentó arrebatarme el aparato y meterme mano al mismo tiempo, pero yo me ladeé y rodé sobre los cojines, desnudo y sudoroso, alejándome de sus caprichosos dedos.

—No soy Lot, soy Alex…

—Ah… mejor aún. —Nun parecía aliviada—. Tengo noticias. Seguimos sin saber qué ha pasado ni quién lo ha hecho, pero Liam nos ha avisado de los planes de la Organización.

Hubo una larga pausa. Lot seguía intentando distraerme, mordiéndome la oreja, buscando entre mis piernas y susurrándome guarradas.

—¿Qué planes son esos?

—Han vuelto a levantar la Ilusión.

—¿Ya? —Me giré hacia la ventana. Ahí detrás todo seguía igual: niebla ocre, construcciones en ruinas—. Pero nosotros no hemos notado nada.

—No, ni lo haréis a menos que atraveséis alguna de las puertas. Estáis atrapados aquí. Todos lo estamos, en realidad, menos los durmientes.

Sentí un leve mareo y mi corazón empezó a latir furiosamente.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué significa eso? —Le di dos manotazos a Lot y me puse en pie, agitado—. ¿Y por qué lo han hecho?

—Han declarado la guerra total. Van a abrir las puertas de los corredores y liberar a los demonios. Pretenden masacrar a los Vigilantes.

Me quedé inmóvil, sin saber qué decir. No sabía muy bien dónde encajaban los demonios en todo esto, aunque no me eran del todo ajenos. Había escuchado algo sobre el tema. Las Pesadillas no éramos los únicos que atormentaban a los humanos. Había otras cosas, cosas peores, más poderosas y más primordiales. Los Vigilantes y la Organización luchaban por las almas de los seres humanos en ausencia de aquellos otros seres cuyos nombres yo ya había olvidado, si es que alguna vez los conocí. Pero si entraban en juego de nuevo…

—No podemos controlar a los demonios —dije.

Había hablado con voz débil e insegura, pero Lot me oyó. Se puso en pie. Sentí su mano en mi hombro, y esta vez no había nada provocativo en su tacto.

—Pon el manos libres —me ordenó.

Pulsé el botón, apartándome el auricular del oído mientras Nun seguía hablando. Ahora su voz se escuchó con claridad, metálica y algo lejana, interrumpida por el ruido de la estática, haciendo eco en la habitación.

—No, la Organización no podrá, ni nosotros tampoco. No creo que nadie pueda. Pero es lo que han planeado. Por todos los dioses, no sé qué sentido tiene eso. ¿Por qué querrían hacer algo así? Liberar a los demonios es una locura, les destruirá a ellos también…

—Salvo que estén en otra capa de la lasaña —interrumpió mi amante.

—¿Lot?

—Hola, Nun. Van a liberar a los demonios aquí, ¿me equivoco? Habrán restaurado la Ilusión para los durmientes y los ocultarán en planos superpuestos, fuera del alcance de la realidad. Hay diseños previos para colonias de emergencia, escondrijos en los que almacenar cosechas. —Hizo una pausa—. Una vez sus tesoros estén a salvo, liberarán a los demonios. Los demonios lo arrasarán todo otra vez…

—¿Otra vez? —pregunté yo, haciendo una mueca. Tenía la sensación de haberme perdido parte de la historia.

—… y cuando crean que ya no queda nada —prosiguió Lot—, volverán a los corredores por sí solos. Entonces la Organización abrirá de nuevo los escondrijos y tendrá su cosecha sana y salva, sin peligro de que nadie se la dispute. Es un buen plan, la verdad.

—¿Un buen plan? —Nun parecía incrédula—. Es un desastre. Si eso es lo que pretenden…

—Tal vez no sea eso —dije yo, aferrándome a la esperanza como un niño en vísperas de Santa Claus mientras bombardean su barrio—. A lo mejor es otra cosa. No tenemos pruebas, no sabemos nada.

Lot me quitó el teléfono de la mano con un gesto decidido.

—Gracias por avisar, Nun. Mucha suerte.

—¿Qué? ¡No, esper…!

Pero Lot no esperó. Cortó la comunicación y tiró el teléfono sobre el sofá, rascándose el pecho con cara de pocos amigos.

—Haz las maletas, flaquito. Me temo que, por mucho apego que le tengas a esta casa, vamos a tener que largarnos.

Me quedé mirándole como un tonto, sin dar crédito a lo que oía. Ni tampoco a lo que había escuchado antes.

—¿Largarnos? Mira, no he entendido gran cosa, pero lo que sí me ha quedado claro es que la Organización va a liberar a unos demonios que lo arrasarán todo. ¿Dónde vamos a ir? ¡No estaremos a salvo en ninguna parte!

—Te equivocas. —Me arrojó la camiseta por los aires y luego empezó a vestirse como si tal cosa—. Siempre he sido muy independiente. Hace ya mucho tiempo que diseñé mi propio escondrijo. Es un lugar fantástico en el que apartarse del mundo, un lugar perfecto, enclavado entre los planos. Te encantará.

Me puse la ropa lentamente, mirándole con desconfianza.

—¿Es un escenario? ¿Cómo la fábrica de perfumes?

—Sí. Solía ir de vez en cuando para olvidarme de todo. Hace tiempo que no lo visito, pero sigue ahí.

—¿Y no saben dónde está?

—No. Como todo buen refugio, es un refugio secreto.

—¿Nadie conoce su ubicación?

Le vi dudar un momento. Lot siempre había sido un gran mentiroso, un buen mentiroso… pero en esa ocasión cacé su embuste sin dificultad.

—No. Nadie.

«Tampoco ha cambiado tanto, no. Sigue siendo un cabrón», me dije. Por supuesto que alguien lo conocía. Liam, sin duda. Me crucé de brazos y le contemplé, irritado. Le di tiempo para recapacitar, para cambiar de opinión y decirme la verdad. Pero no sirvió de nada.

—¿Por qué me mientes, joder? —le solté al fin—. ¿Y por qué le has colgado el teléfono a Nun? ¿Vas a dejar a todo el mundo tirado otra vez?

No sé por qué dije eso de «otra vez». Me salió del alma. Lo cierto era que siempre había visto a Lot actuar como un puto egoísta con todo el mundo, así que asumí que más de una vez había abandonado a sus amigos, si es que los había tenido. Pero no me esperaba una reacción tan visceral. Se dio la vuelta y me señaló, iracundo.

—¡Cállate la boca! ¿Qué coño sabes tú?

De pronto ahí estaba todo, evidente como nunca antes. La culpa, la rabia y la autocensura se reflejaban en su expresión como si fuera un libro abierto. Me sentí un poco mal por haber dicho eso, pero al mismo tiempo me alegraba de ser capaz de leer con más claridad sus emociones.

—Nada, no sé nada —admití—. Pero me parece que tú sí… y creo que crees que tengo razón.

Escupió unos cuantos tacos entre dientes y desapareció en el interior de la habitación, molesto. Le oí trastear en el armario, abriendo y cerrando los cajones. Luego escuché las ruedas de la maleta.

—¿Cómo es el sitio al que vamos? —pregunté cautamente desde la puerta.

—Es París.

Se me iluminaron los ojos. Me imaginé paseando a su lado junto al Sena y subiendo a la Torre Eiffel, haciendo fotos en Montmartre y viendo caer las hojas de otoño desde la terraza de un café. Nada de aquello sería real, claro. No sería más que una ilusión… pero podríamos convertirlo en algo hermoso. En algo que mereciera la pena. El último viaje antes de… antes de morirnos de asco.

—¿Por qué París? —Me senté en el suelo, rodeándome las rodillas con los brazos y mirándole. Él estaba doblando los trajes primorosamente y guardándolos uno a uno, rápida pero pulcramente—. Ayer… bueno, cuando ocurrió lo de la plaza… no sé cuándo fue, realmente… el caso es que Liam dijo que vendría a vernos. Y tú le dijiste que qué pasaría si nos íbamos a París. —Lot no contestó. Me dio la espalda deliberadamente—. ¿Te vas a ir sin decirle nada?

El ilusionista tomó aire y levantó la mirada al techo.

—He cumplido con tu puta exigencia. He hecho lo que me has pedido para que podamos estar juntos, porque quiero estar contigo. Es lo único que quiero en lo que me queda de vida. Y tú… tú te empeñas en sacar mierda de hace cien años. —Soltó una percha vacía sobre el colchón con un gesto de rabia. La percha rebotó y cayó sobre la almohada—. ¿Es que no vas a dejar nunca mi pasado en paz, Alex?

—Es que no es el pasado —respondí, sin achantarme.

—Y si sigues recordándomelo, nunca lo será.

Suspiré con resignación.

—Es culpa tuya. Eres un desastre terminando historias. —Entorné la mirada, dando otra vuelta de tuerca al hilo de mi pensamiento—. O a lo mejor es que no quieres terminarlas realmente pero tampoco lo asumes. ¿Qué ganas con mantenerla siempre en punto muerto?

—Déjalo estar —me advirtió Lot—. Te lo digo en serio.

Durante un momento estuve tentado de obedecer, lo confieso. Tal vez lo mejor era cerrar la boca, hacerme el equipaje como había dicho Lot, subir a su coche y marcharnos a ese París de atrezzo para estar tranquilos, jugando al amor hasta que se nos terminase el tiempo, o el amor, lo que se gastara antes.

Pero después pensé en los planos de Lot, en la fábrica de perfumes. Pensé en las fotografías de Alex y le recordé con una nitidez como nunca antes. Me fui hacia el cajón de las fotos y rebusqué, mientras en mi mente resucitaban sus palabras, haciendo eco en mi pecho.

Capturar un instante es hacerlo eterno.

Revolví entre las viejas polaroids, algunas rotas, otras descoloridas, otras cubiertas de mugre y desteñidas, pero la mayoría en buen estado. Las fotografías de Alex habían sido hechas al otro lado, pero mostraban belleza también aquí. Mostraban restos de luz en un vidrio quebrado, la sonrisa de un durmiente en su trance, las fantásticas sombras que proyectaba una grúa destrozada, la inimaginable blancura de una única flor creciendo entre los restos de una carretera destruida.

Y comprendí algo esencial. Comprendí que si nos íbamos a París así, ahora, dejando todo atrás, nos estaríamos rindiendo. Y que no podíamos rendirnos. Aún había cosas que merecía la pena salvar en este mundo.

Las Pesadillas no están programadas para sentir esperanza. La esperanza sólo fructifica en el alma, y las Pesadillas no tienen exactamente un alma… creo. Según he oído ahora hay mucho debate al respecto, y al parecer es por mi culpa. Porque yo comprendí eso y sentí esperanza, y supe exactamente lo que tenía que hacer.

Cogí el teléfono de Lot y busqué en su agenda hasta dar con el icono de la mariposa azul. Pulsé y esperé a que sonaran los tonos una, dos y tres veces. A la cuarta, la voz grave y bien templada de Liam me habló desde el otro lado.

—¿Elliot? ¿Qué sucede?

Su tono era sereno, seguro. Sólo escucharle ya me hacía notar el suelo más sólido bajo mis pies.

—No soy Elliot… soy Alex.

—Alex. —Parecía sorprendido—. ¿Va todo bien?

—No lo sé. He obligado a Lot a fundirse con la salamandra y ahora quiere que nos vayamos a París sin despedirse. Tienes que venir, hablar con él. —Hubo un largo silencio. De fondo me pareció escuchar algo de ajetreo—. No quiero que salga corriendo otra vez. Si lo hace se arrepentirá, estoy seguro. Cuando esté muriéndose dirá tu nombre y nunca estará en paz, porque nunca arreglasteis lo que sea que os pasa.

—La guerra empezará en cualquier momento, Alexander. Si os vais a ir, tenéis que daros prisa. Y los que nos vamos a quedar, también.

Tragué saliva, pero una vez más me negué a darme por vencido.

—Razón de más para que vengas cuanto antes.

—De acuerdo —dijo sin dudar.

Liam siempre era infalible. Era, desde luego, alguien en quien se podía confiar.

Cuando colgué el teléfono estaba sonriendo. Pero al darme la vuelta, vi a Lot en mangas de camisa, mirándome con una expresión terrible. Parecía traicionado y furioso… y ahora sabía que estas cosas le dolían. Me sentí como un cabrón. Pero me mantuve firme y le devolví el teléfono.

—Lo siento, pero es por tu bien.


. . .



Escena 24, toma 2


Cuando el maestro Ilusionista llegó a nuestra puerta, Lot ya me había abroncado por llamarle, había metido las maletas en el coche y estaba terminando de peinarse. El ruido de los reactores era tan intenso que hacía vibrar los cristales a intervalos y a lo lejos se escuchaban sirenas y explosiones aisladas. El mundo se convulsionaba y nosotros nos preparábamos para escapar… y eso me hacía sentirme miserable.

Me pregunté si Alex tenía familia. Tal vez estuvieran en alguna parte, repitiendo las cosas que habían hecho durante toda su vida en un bucle infinito. Ahora les llevarían a los refugios, donde deambularían en trance, chocándose unos con otros sin despertar, igual que muñecos a cuerda, almacenados como latas de conserva.

Liam llamó con tres suaves golpes del bastón y fui a abrir la puerta.

—Buenos días, Alex.

Brando, el gato, acudió a saludarle frotándose contra sus zapatos. Él se agachó para acariciarle la cabeza con cariño. Lot nunca acariciaba al gato, no le hacía el menor caso en realidad. Sólo se quejaba de que le llenaba los trajes de pelos.

—¿Es de día? —pregunté, sorprendido—. Es imposible saberlo con la niebla.

—Son las cuatro de la tarde —respondió él con amabilidad.

—Entonces es buena hora para tomar un café —dije, alegremente. Me sentía idiota perdido. Sólo me faltaba un delantal y unas alitas para ser el ángel servicial de la reconciliación—. ¿O prefieres un té?

—No hace falta que te molestes.

Me sonrió, aunque sus ojos no lo hacían. Estaba serio, con cierto brillo de determinación en las pupilas. Se había recogido el pelo en la nuca y vestía un traje de color verde oscuro que resaltaba el tono aguamarina de sus ojos, con chaleco de cachemir y corbata y camisa oscuras. En ese momento, Lot salió del baño, encendiéndose un cigarrillo, y ambos se saludaron con la cabeza. La tensión cortó el aire entre nosotros como el filo de una guillotina.

—No es molestia —dije, nervioso—. Haré algo de té. O una tila.

Me dirigí a la cocina, intentando fundirme con el entorno. Mientras ponía el agua a hervir sus voces me llegaban, mitigadas pero lo suficientemente claras como para entender de qué hablaban.

—Así que van a abrir los corredores —preguntó Lot.

—Ese es el plan. Cerrarán los accesos a la Ilusión en un par de horas, pero confío en que no será un problema para ti.

—No, no lo será. —Hubo una pausa. Sus voces eran neutras, distantes—. ¿Y vosotros, estáis de acuerdo con el plan? Tu maestro y tú.

—No. Ya hace tiempo que se forja un levantamiento.

—«Se forja un levantamiento» —repitió Lot, riendo entre dientes con ironía—. Como si fuera algo que ha nacido por sí solo. Eres tan humilde…

—No soy el único que está detrás de eso, ya lo sabes.

—Sí, sí, ya lo sé. —El tono de Lot se había vuelto desdeñoso. Miré de reojo sobre la barra y les vi, sentados el uno frente al otro como dos dandys decimonónicos, Lot en el sofá con una pierna cruzada sobre la otra y Liam en una silla, con el bastón en la mano, algo recostado hacia atrás—. ¿Y qué pensáis hacer? ¿Salir a protestar desnudos y poner flores en la boca a los satures reclamando paz y amor?

—No. Vamos a desmantelar el reactor principal.

Lo dijo como si nada, pero hasta yo me sobresalté y a punto estuvo de caérseme una taza de las manos. Lot pareció tardar un poco en procesarlo. Levantó la ceja, dio una calada y luego se rió sin humor.

—A desmantelar el reactor principal, dices. El reactor —repitió, sarcástico—. En el centro de su sede, bajo tierra, custodiado por la última tecnología en defensa y por un comando letal de seguridad. ¿Y de quién ha sido la fantástica idea?

—Mía.

Liam sonrió de medio lado. Me di cuenta de que Lot había adoptado algunos gestos de su maestro, porque esa sonrisa de circunstancias, a medias traviesa y a medias resignada, la había visto en mi amante muchas otras veces.

—Estás mal. —A Lot no parecía hacerle gracia todo eso—. Estás muy mal. ¿Y Senaqerib ha dado el visto bueno? ¿Él también va a alzarse contra sus creadores, el primero entre los nuestros?

—Senaqerib tiene que quedarse, a pesar suyo.

—Ah, sí, pobrecito. Qué gran sacrificio.

—Aunque no lo creas, sí que es un sacrificio.

—¿Mantenerse a salvo mientras los demás se juegan la vida? —Lot soltó una voluta de humo gris, alzando la mirada al techo—. No lo dudo.

—Tú quieres verlo así. Siempre te ha gustado despojar de cualquier heroísmo o dignidad los actos de los demás. —El maestro Ilusionista no alzaba la voz, no se mostraba beligerante, pero las cosas que decía y la forma en que lo hacía incomodaban sobremanera a mi amante, que se veía enfrentado a un espejo en el que no podía disfrazar su propia imagen—. Pero eso no significa que sea verdad.  Senaqerib está traicionando sus propios ideales para que otros puedan hacerlos valer sin que nuestros enemigos sospechen. Es lo que lleva haciendo durante años. Y es un gran sacrificio, digas lo que digas.

Algo se volvió agudo y punzante en la mirada de Lot, que descruzó las piernas y se echó hacia delante, con una línea de tensión en la mandíbula.

—¿Y tú? ¿Cuánto tiempo hace que llevas a cabo un sacrificio similar… maestro? ¿Cuánto tiempo hace que eres un traidor a la Organización?

—Tampoco es que tú hayas sido muy leal.

La tensión se volvió más fuerte por un momento. Después, Lot asintió.

—Ahí me has pillado.

Hubo otra larga pausa. Yo estaba entretenido buscando el azúcar, preguntándome de dónde habíamos sacado azúcar en esta realidad y por qué seguían funcionando los fogones. No quería interrumpirles. Por el momento no parecía que fueran a solucionar gran cosa y me preguntaba si mis buenas intenciones no acabarían yéndose por el desagüe como tantas otras veces.

Cuando se reanudó la conversación, Liam fue quien habló primero.

—Alex me ha dicho que os vais a París.

Algo había cambiado en el ambiente, en su tono. Lot agarró el cenicero y mantuvo la mirada baja mientras sacudía la ceniza con parsimonia dentro del recipiente de cristal.

—Es un buen sitio para pasar el tiempo que nos queda.

Liam frunció el ceño y pareció meditar sus siguientes palabras con cuidado. Yo tenía la nariz pegada a una de las columnas de la barra, observándoles con atención.

—Entonces, estimo que vas a tirar la toalla.

—¿Respecto a qué?

—Respecto a tu vida —dijo él, señalándole—. Respecto a tu futuro.

Me pregunté a qué se refería.

—Hace tiempo que mi vida y mi futuro no están en mis manos —replicó Lot—. Parece mentira que tenga que recordártelo precisamente a ti.

Sus palabras eran amargas y cansadas.

—No es cierto. Siempre has hecho lo que has querido, estuviera o no en tu mano. ¿Por qué te resignas ahora?

—¿Y qué pretendes que haga?

—Dejar de ser un cobarde.

De nuevo lo dijo con total tranquilidad. Yo me di la vuelta y apoyé la espalda en la pared, con el corazón acelerado. No, no era esta la clase de reconciliación que esperaba. Podía sentir, con mi recién redescubierta empatía, las fuertes oleadas de ira contenida que emanaba mi amante, quien se había tensado en la silla y miraba a Liam como si quisiera despellejarle.

—Esta conversación ha terminado. —La voz tajante de Lot y el ruido de sus zapatos me hicieron dar un respingo—. Alex, nos vamos.

Salí de mi escondite, desolado. Y entonces, como una serpiente iracunda, algo se removió en mi interior, y dije:

—No.

Lot, que estaba de pie en medio del salón, se volvió hacia mí con una expresión asombrada e indignada en el rostro. Liam se levantó y aprovechó mi momentáneo apoyo para descargar todos sus argumentos sobre él sin piedad, con un fervor que despertó mi admiración.

—No tienes por qué rendirte. Puedes sobrevivir. Podrías hacerlo con el nefesch, ya lo sabes. Sólo tienes que dar el paso, Elliot, deshacerte de todas esas malditas cadenas que te has cerrado alrededor y ser lo que de verdad quieres ser.

—Cállate —siseó el ilusionista, señalándole con un dedo amenazador.

Parecía un reptil acorralado. Sus ojos rezumaban odio, pasando de Liam a mí, atravesándonos como cuchillas venenosas.

—Escúchale, Lot.

—Involúcrate en esto —insistió Liam, categórico—. También es tu lucha. Lo sabes, en el fondo de tu corazón. Sabes que es tan tuya como mía, y sabes que quieres hacerlo. Sólo el miedo te detiene.

—No es mi lucha, no lo es, nunca lo ha sido…

—¡Tiene razón! —intervine—. No podemos irnos y dejar a Nun, a Maethel y a Darren atrás como si nada… ¿qué pasa con tus sueños, con tu proyecto? ¿No querías hacer algo grande? ¿Algo que sacudiera las conciencias?

—¿Este era tu plan? —me dijo de repente, mirándome como si fuera el mismísimo demonio—. ¿Por eso querías que anulara el hechizo de la salamandra? ¿Para soltarme esta mierda ahora?

El mundo se me cayó encima.

—¡No! No es así, pero si le escuchas entenderás que…

Pero Lot ya no me hacía caso. Se volvió hacia su maestro, agitando los cabellos.

—¿Lo tramasteis entre los dos?

Liam entrecerró los ojos.

—¿De qué estás hablando?

—Sois unos manipuladores.

Entonces todo estalló. Afuera, la guerra comenzaba. En el interior del piso de Alex otra guerra, más antigua aunque no tan terrible, se desató con igual furia. Elliot alzó la voz… y Liam también, discutiendo ambos casi a gritos, con los ojos resplandecientes y los rostros congestionados. Y entonces me creí aquello que me contó Lot de que Liam le había pegado un puñetazo por levantarle a la novia.

Jamás me había imaginado que el elegante caballero medio sureño medio irlandés pudiera perder los nervios. Pero podía. Con Lot por medio, podía.

—¿Unos manipuladores? —exclamaba el maestro Ilusionista, indignado—. ¿Nosotros? ¡Por el amor de Dios! ¡Eres imposible! ¡Eres capaz de inventarte una conspiración para desacreditar nuestros argumentos y parecer una víctima!

—¡Ah, no vengas ahora dando lecciones de moral como si tú fueras el paradigma de la transparencia! ¡Llevas años colaborando con los Vigilantes y ni siquiera tuviste la decencia de decírmelo! ¡Tuve que enterarme por Nun!

—¿A qué viene eso ahora? ¡Siempre dejaste muy claro que no querías saber nada del tema! Además, intentaba protegerte.

—¿Protegerme? A ver, explícamelo mejor, que no lo he entendido… ¿querías protegerme de una rebelión a la que ahora quieres que me una?

—¡Simplificar las cosas para contraargumentarme no hará que tengas más razón!

Durante unos segundos no supe muy bien qué hacer.

Después me serví una taza de té y me senté en el suelo, dejando que resolvieran sus problemas a su manera. Al parecer, tenían muchas cosas que echarse en cara. Les llevaría su tiempo, pero confiaba en que, tras desahogarse y mandarse a la mierda, acabarían solucionándolo.

Tal vez mi plan no había salido mal del todo.


. . .

©Hendelie & Neith




3 comentarios:

  1. Jejejeje! Esto va a explotaaaaaaarrrrrr! Yupiiii! :)

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  2. Mi pobrecito Lot XD, todos contra Robocop!!!!

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  3. La que ha liado el pajarito!! Digo... La salamandra. Ese Alex, sentado en el suelo, espectador de la pelea de amantes entre Liam y Elliot no tiene precio.

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